Querido Charlie,
Cuánto tiempo, ¿no? Hasta
demasiado, diría yo. ¿Recuerdas la última vez que te escribí? Llevaba cuatro
meses con él, y habíamos discutido. Y aun en esa carta ya se entreveía lo
importante que estaba empezando a ser para mí.
De eso hace ya un año y once
meses. Se dice pronto, ¿eh? Un año y once meses. Dos años, dos meses y una
semana. Dos años, dos meses y una semana de idas y venidas, de bueno y malo, y
malísimo, e increíble. Dos años dan para mucho, Charlie. Hasta para enamorarse.
Llevo diez días para escribir
tres capítulos. Tres capítulos del blog en el que estoy contando cuánto le echo
de menos. O al menos, intentándolo. Lo cierto es que me gustaría que lo leyeras
cuando esté terminado, para tener una opinión imparcial. Quién sabe, imagínate
que un día me forro publicando mis ganas de él.
¿Sabes por qué tardé tanto en
escribir esos últimos capítulos? Porque no podía. No podía revivir el tramo
final. Cada vez que tenía un Word abierto delante mía, rompía a llorar y me
hundía en la más horrible de las miserias.
Pero esto ya se ha convertido en
mi pan de cada día. Y de mis noches. Uf, las noches. Al principio no dormía más
de tres o cuatro horas, pero todas las veces eran muy distintas entre sí. Había
noches en las que no podía estar en la cama, porque recordaba sus manos, y
dolía tantísimo como si me quemasen viva. Así que me sentaba en el suelo, con
la espalda en el radiador, y miraba la cama. Y nos veía allí. Peleándonos con
las almohadas, en aquel tiempo tan parecido a éste pero al revés. Nos veía
abrazándonos, en aquellos vistos y no vistos en los que casi se colaba en mi
casa. Nos veía mientras me hacía el amor, manchando mis cojines, mi colcha y mi
pared. Otras noches, por el contrario, me sujetaba a la cama intentando buscarle,
recordarle, cerrando los ojos muy fuerte y sumergiéndome en mi memoria, hasta
que notaba sus brazos a mi alrededor. En cualquiera de los casos, pasaba la
noche llorando, y cuando amanecía, tenía los ojos tan rojos como si me hubiera
clavado agujas en ellos.
Pero ahora... Las cosas ya no son
así. O no tan así, al menos. Han ido cambiando... Mucho. Muchísimo, en realidad.
Han vuelto sus 'buenas noches princesa' o sus 'anda, descansa<3' que
mantienen las pesadillas y los instintos más o menos a raya. Todavía hay noches
malas. Pero respiro todo lo hondo que puedo, pienso en el último momento en el
que le he visto, y trato de apretujar el miedo en el fondo del baúl. Porque
echarle no puedo. Aún no estoy tan fuerte.
No sé, Charlie. De verdad que he
puesto de mi parte, ¿sabes? Para aprender a estar sin él. Pero me parece que no
hay manera. Porque como dijo en su día el bueno de Sabina "amores que
matan, nunca mueren". Últimamente escucho mucha música, muy alto. He
descubierto que llega un punto en el que aunque te duelan un poco las orejitas,
tu mente no puede ignorar la música y seguir torturándote. Así que al final el
pato lo pagan los oídos. La verdad es que no es justo, pero estoy empezando a
temer que la vida no sea justa. Espero que al final nadie sea capaz de
convencerme de ello.
Ya sé que en realidad no le merezco. Ni en un millón de años me creería merecedora de una persona así. Porque, ¿sabes Charlie? Por mucho que haya podido putearme, sobre todo en estos últimos meses, es la mejor persona que conozco. O puede que no la mejor, pero sí la única lo bastante alucinante en todos y cada uno de sus aspectos como para enamorarme. Yo pensaba que sabía lo que era el amor. O al menos lo que era estar malo por amor. Ay amigo. Nunca jamás de los jamases pienses que amas a alguien hasta que desees con toda tu alma y desesperación que no sea así, y al final tengas que admitir, derrotada contra al espejo, que lo es. Esa es mi nueva definición de amor. Y él la borda.
En este tiempo he hablado mucho con el espejo. Pasé una tarde entera allí intentando hacer que la frase "eres su ex" sonara menos a kunais atravesándome todo el cuerpo. Pero nada, no había manera. Llegó el día de la Japan, lo dijo, y casi me da un ataque allí. Pero ya sabes, años de autocontrol. Creo que tú entiendes de qué hablo.
He mentido un poco en todo este tiempo, ¿sabes? Le hablaba en un tono que no tenía nada que ver con la procesión que llevaba por dentro, o me forzaba un poquillo a sonreír cuando caía algún comentario que dejaba claros los muros entre ambos. En realizad me esforzaba por no llorar. Pero cuando la tormenta pasaba, y ya sólo éramos él y yo... De repente alguna sonrisa echaba a andar sola. Y cada día, alguna más. Hasta que ya sonreía de verdad casi siempre. Y lo más importante... Él también.
Recuerdo cuando… Todo acabó. O empezó, según se mire. Lo horrible que era todo. Cuánto dolor, cuánta desesperación. Casi me muero, pero no podía decepcionarle de esa manera. Recuerdo los pequeños focos de luz, que automáticamente eran engullidos por miles de sombras, pero que a mí me ayudaban a seguir. Recuerdo cuando las sombras empezaron a disiparse, muy poquito a poco. Casi a tan poca velocidad, que en muchas ocasiones llegué a pensar que me lo estaba imaginando. Recuerdo, y recuerdo, y no puedo evitar sentir que… Todo ha ido a mejor. Y no me refiero a mejor desde… Aquello, sino a mejor… Desde hace muchísimo. En estas últimas semanas me he sentido tan ilusionada como… Al principio. Como al principio de todo. Y eso ya es decir. Porque fue la mejor época de mi vida.
Todo este tiempo ha sido como una montaña rusa sin frenos, Charlie. Y aunque muchas veces ha sido realmente increíble, otras de verdad pensé que iba a morir. Y no entendía nada, Charlie, pero aprendí a vivir el día a día. Y creo que es algo que sólo se puede aprender cuando estás como yo ahora, sin seguro, sin nada que perder, con la única certeza de éste momento, puntual, y posible último de su especie. Los días en los que le veía, o en los que pasaban cosas buenas, me encerraba en un burbuja lo más prieta posible, y dejaba todo lo malo fuera durante el máximo tiempo posible, dedicándome a perderme en los recuerdos aún frescos de las yemas de mis dedos.
Lo que me da miedo, Charlie, es que aún piense en matarnos. Creo que ya no lo hace, pero la inquietud sigue dentro de mí. Porque ha habido cosas malas a batiburrillo, desde aquel siete de septiembre; agobios, peleas contenidas, dolor, educación, sonrisas forzadas... Pero se están extinguiendo. Y por mucho que no lo haya dicho, es imposible no verlo. No digo que esté arreglado. Digo que tiene solución. Digo que no puedo evitar ver manos que se buscan sin pensarlo, y sonrisas que por mucho que sus dueños tratásemos de acallar, salían a la luz, victoriosas, mostrándose ante el mundo.
Y sí, como dijo Cassie, todo cuenta. Y Charlie, tú no abrazas a alguien por quien... No sientes eso antes de dormir como él me abrazaba. Por mucho que esté enterrado en lo más profundo de ti. En serio, los abrazos son una de mis grandes pasiones, y he vivido muchos y muy distintos. Y nunca unos como los suyos. Cuando me abraza así... Pues Charlie, no puedo creerme que no le quede nada de eso dentro.
A veces creo que todavía piensa que le amo porque me trataba bien. Que pasará un tiempo y le habré olvidado, sin más. Habrase visto mayor estupidez. Es cierto que el hecho de que siempre haya cuidado de mí, de que siempre haya estado ahí cuando le necesitaba, o de que me aceptase tal y como era son cosas que van haciendo mella en una, porque es algo que necesitaba y no había tenido nunca. Pero de ahí a pensar que le quiero porque fue bueno conmigo... En fin. Que he oído muchas chorradas a lo largo de todo este tiempo, pero ésta se lleva la palma.
No sé por qué le quiero. Sinceramente, Charlie. Le di MUCHAS vueltas a este hecho, y al final terminé donde estaba, al principio. Me vi en la habitación de su abuela, mirándole, y sintiendo que algo había cambiado en mi interior. No sé si alguna vez le he contado a alguien el momento en el que realmente entendí que le quería, pero es uno de los tesoros más preciados que tengo. No sé si era de día o de noche, no sé qué peli estábamos viendo, no sé si el polvo que acabábamos de echar fue bueno o malo. Sólo sé que hacía frío, y él me abrazaba, y saqué la cabeza de mi huequito en su hombro y le miré. Y sentí algo dentro que no había estado nunca. Con nadie.
Durante este tiempo, perdí confianza con él. No la confianza de confianza (que también un poco, aunque luego haya confiado en él más que nunca), sino del tipo de confianza que implica poder hablar de todo en casi cualquier momento. Y no veas cómo me jodió, Charlie. Porque es algo que nunca había tenido con nadie, y no quiero que se pierda nunca, da igual cómo acabemos. Aunque gracias a dios, últimamente he sentido que parte de eso se recuperaba, poquito a poco, sin pausa pero sin prisa. Aún hay veces que tengo que andarme con pies de plomo con algunos temas, pero hay otras que hasta me olvido las pesas en casa.
Hay muchas cosas que, de no haber pasado todo esto, nunca hubiera visto, o sabido. Por ejemplo, recuerdo aquella noche en la que me dejó "plantada". Había terminado de ver Naruto, y le dije que si después de que se terminase LQSA podríamos frikear. Me dijo que sí. A la una y media de la mañana, con fiebre y teniendo que levantarme al día siguiente a las seis, me rendí a mí misma admitiendo que no iba a venir. Y me sentí estúpida, patética, ignorada... Me sentí el ser más ridículo sobre la faz de la tierra. Y al día siguiente me levanté pensando que no le importaba una mierda, que le data exactamente igual, y que no tenía sentido seguir de ninguna manera. Y entonces me puse la música et... Voilà, "what if i was nothing". Y ese verso "so what if i was angry, what did you think i do?" Y recordé aquellas miles de veces que le había "amenazado" con dejarle, sólo porque me había cabreado hasta el extremo, o me había hecho sentir miserable. Y, flipando me quedé, Charlie. Me di cuenta de que me sentí el cuádruple de estúpida de lo que me había sentido la noche anterior. Y eso es mucho decir, ¿eh Charlie? Mucho. Y no pude evitar pensar en esa frase "no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes". Y sólo tuve ganas de volver a la yo de hace un año y medio y darla de hostias para que vislumbrara una billonésima parte de lo que duele estar sin él.
Como lo de la confianza. Madre mía, Charlie, la que me lio aquella noche. Estuve por volver a Madrid a patita y montarle el pollo de su vida. Qué hacía llevando a una pava que se lo quería frungir a dormir a su casa. Luego realmente entendí que él de verdad pensaba que ella no se lo quería frungir, y que simplemente le había ofrecido su casa porque no tenía dónde dormir. Aquella noche fue horrible, pero descubrí una cosa, Charlie; que él se merece toda la confianza del mundo y más (a diferencia de mí. Pero me estoy esforzando porque eso cambie). Y la siguiente vez, cuando les vi alejarse calle abajo en dirección a su casa… No tuve ninguna duda. Ni siquiera un resquemorcillo pequeño. Fui hasta mi casa, escuchando “Fortunate Son”, y sintiendo lo bonito que es confiar en alguien sin reservas.
Hace unas semanas, vi algo en la tele. El caso de una estadounidense a la que habían diagnosticado un tumor cerebral incurable, y que había decidido atenerse a la eutanasia, ya que sabía que iba a morir igual. Acaba de casarse. Joder, Charlie, se había casado hace nada. Y había pensado en comprarse una casita con su esposo, e incluso estaba planeando quedarse embarazada. Y un día que le dolía la cabeza fue al médico. Y ya no tuvo futuro.
Y te pongo este ejemplo, Charlie, porque me impactó mucho, pero puede ser un tumor, un accidente de coche o que te caiga un piano en la cabeza. Ninguno tenemos la certeza de que seguiremos aquí mañana. Ni pasado. Y un día sin él, sin su boca, sin provocarle una sonrisa, es gastar el preciado tiempo que tengo aquí, y ahora, y que al siguiente segundo puede no existir. Es un día desperdiciado, Charlie. Y no quiero esos días. Si puede que muera mañana, en un mes, en dos años... Quiero pasar cada segundo con la certeza de que le tengo a mi lado. No... Físicamente, qué agobio. Pero sabiendo que camina a mi lado, conmigo.
Llevo 94 días sin decirle que le amo. Desde aquel puto siete de octubre. ¡¿Sabes que el siete era mi número favorito?! Ahora no puedo ni verlo. Y no veas lo que me jode. Pero que me desvío. Llevo todos estos días con esa frase quemándome en la garganta, y no puedo ni quiero aguantar más. Le amo, Charlie. Y ahora que acabo de escribirlo, en mi cabeza ha sonado un poco a telenovela de Joselito, pero es tan cierto como que lo único que sé es que estoy respirando. Le amo, y no va a cambiar. Porque lo he intentado. Porque cada vez que me decía "venga, un tiempo" o "necesito un stand by", yo me decía a mí misma "venga, vamos a probar. A lo mejor estás bien sin él". Y al final... Rendida frente al espejo, suplicando a lo que quisiera oírme que me lo trajera de vuelta.
Nunca en mi vida... He puesto tanto empeño en algo. Pero nunca había tenido nada que mereciera tanto la pena. Y creo firmemente que ninguna historia de amor que se precie sale del paso sin dificultades. Pero precisamente, porque esto que siento es amor, no puedo abandonar. Que ya sé que esto no va a ser fácil, joder, que cuando él es blanco yo soy negro, y al revés. Que hacer funcionar esto va a costar más que levantar un avión. Pero así y todo... Quiero intentarlo. A muerte. Y no voy a marcharme. Ni tampoco voy a dejar que me siga abrasando la garganta. Porque le amo, le amo, ¡le amo!
Joder. Qué bien sienta soltarlo por fin.
Aún recuerdo aquella coña de la que hablamos, para cuando me mudase a la posible-nueva casa. Que subiría trepando por mi ventana, y así podría quedarse a dormir. Esto es un secreto que no le he contado a nadie, Charlie, pero creo que es hora de sacarlo. La yo hiper cursi está deseando que el mundo lo sepa. Recuerdo que aquella noche soñé que alguien tiraba piedrecitas a mi ventana, yo me asomaba, y él estaba ahí, con una sonrisa y pidiéndome que le dejase subir. Le dije que era imposible, que por mucho que viviese en un primero no había manera de llegar hasta allí. Él sonrió más amplio, saltó la vallita verde, y una vez junto al muro de mi casa, subió por una especie de desagüe, llegó hasta la ventana, y me besó. Me preguntó si podía pasar, y le dije entre risas que sí. Después se metió en mi cama, y me abrazó tan fuerte que pensé que me desharía en sus brazos. Me odio un poco a mí misma por haber perdido contra un estereotipo de princesa tan típico, pero… Ais. Si de repente viniese a mi ventana, por mucho que no pudiera trepar (porque no se puede). Pues moriría de amor y eso.
Y que poco más, Charlie. Tengo estos papeles enormes, el miedo en mis manos y mi corazón en las suyas. Aquí, más cerca de lo que él cree. Dispuesta a saltar al vacío. Recuerdo cuando él me decía eso, que saltara, que me fuera con él. Dios, Charlie, pondría el mundo a sus pies. Y saltaría, desde donde hiciera falta. Al abismo. Al más oscuro de los abismos. Porque hay millones de pibas ahí fuera. Más guapas, más altas, más delgadas, que follen mejor, menos bipolares, más sosegadas, menos gritonas, que le caigan mejor a sus amigos, con más tetas, que sepan aceptar un "no", que no le van a dar la brasa, que no van a chincharle... Pero he de decir, que a estas alturas ya debería tener más o menos claro, que ninguna le va a amar como yo. Sé que puede no parecer tan importante, pero créeme, lo es. Y soy la primera que en mil ocasiones ha deseado que esa afirmación no fuera cierta. Pero es lo que hay. Uno no elige la persona sin la que no puede estar. Podrías intentar decírselo tú, Charlie, de hombre a hombre. A lo mejor así le entra en la cabeza.
Con cariño,