Éste va a ser un blog que hable de uno de los líos más grandes en los que me haya metido nunca: echar de menos a alguien. No tendrá mucho sentido si no has estado en mi cabeza, pero si quieres intentarlo, empieza por el principio. En compensación, será real. Como la vida misma. Porque no voy a colgar algo con futuro, sino sentimientos sin orden ni concierto.
Bienvenido, si tú también has echado a alguien de menos.
No podía dormir tenía que escuchar/ a mi conciencia que sabe muy bien/ que nada viene de la indiferencia/ miro dentro de mí misma.// ¿Encontraré algún tipo de convicción?/ ¿Me despediré como un héroe?/ ¿Estaré definido por las cosas que pude haber sido?/Supongo que sólo el tiempo lo dirá/ supongo que sólo el tiempo lo dirá.// Así que no dejes que esto pase/ antes de que llegue mañana/ antes de que le des la espalda/ coge tu mano en la mía/ antes de que llegue mañana/ puedes cambiarlo todo.// Maldigo mi valor y toda comodidad/ que me han cegado durante demasiado tiempo/ maldigo todo lo que no marque una diferencia de ahora en adelante./ Porque estoy bien despierto para todo esto/ estoy bien despierto para todo esto.// Así que no dejes que esto pase/ antes de que llegue mañana/ antes de que le des la espalda/ coge tu mano en la mía/ antes de que llegue mañana/ puedes cambiarlo todo.// ¿A quién le importa lo que hagamos?/ ¿A quién le importa a dónde vayamos?/ ¿Por qué tendríamos que justificar la forma en que vivimos?/ ¿A quién le importa una mierda?// Así que no dejes que esto pase/ antes de que llegue mañana/ antes de que le des la espalda/ coge tu mano en la mía/ antes de que llegue mañana/ puedes cambiarlo todo.// Podríamos ser mucho más de lo que somos/ podríamos ser mucho más de lo que somos/ podríamos ser mucho más de lo que somos/ es todo lo que sé.
Cuánto tiempo, ¿no? Hasta
demasiado, diría yo. ¿Recuerdas la última vez que te escribí? Llevaba cuatro
meses con él, y habíamos discutido. Y aun en esa carta ya se entreveía lo
importante que estaba empezando a ser para mí.
De eso hace ya un año y once
meses. Se dice pronto, ¿eh? Un año y once meses. Dos años, dos meses y una
semana. Dos años, dos meses y una semana de idas y venidas, de bueno y malo, y
malísimo, e increíble. Dos años dan para mucho, Charlie. Hasta para enamorarse.
Llevo diez días para escribir
tres capítulos. Tres capítulos del blog en el que estoy contando cuánto le echo
de menos. O al menos, intentándolo. Lo cierto es que me gustaría que lo leyeras
cuando esté terminado, para tener una opinión imparcial. Quién sabe, imagínate
que un día me forro publicando mis ganas de él.
¿Sabes por qué tardé tanto en
escribir esos últimos capítulos? Porque no podía. No podía revivir el tramo
final. Cada vez que tenía un Word abierto delante mía, rompía a llorar y me
hundía en la más horrible de las miserias.
Pero esto ya se ha convertido en
mi pan de cada día. Y de mis noches. Uf, las noches. Al principio no dormía más
de tres o cuatro horas, pero todas las veces eran muy distintas entre sí. Había
noches en las que no podía estar en la cama, porque recordaba sus manos, y
dolía tantísimo como si me quemasen viva. Así que me sentaba en el suelo, con
la espalda en el radiador, y miraba la cama. Y nos veía allí. Peleándonos con
las almohadas, en aquel tiempo tan parecido a éste pero al revés. Nos veía
abrazándonos, en aquellos vistos y no vistos en los que casi se colaba en mi
casa. Nos veía mientras me hacía el amor, manchando mis cojines, mi colcha y mi
pared. Otras noches, por el contrario, me sujetaba a la cama intentando buscarle,
recordarle, cerrando los ojos muy fuerte y sumergiéndome en mi memoria, hasta
que notaba sus brazos a mi alrededor. En cualquiera de los casos, pasaba la
noche llorando, y cuando amanecía, tenía los ojos tan rojos como si me hubiera
clavado agujas en ellos.
Pero ahora... Las cosas ya no son
así. O no tan así, al menos. Han ido cambiando... Mucho. Muchísimo, en realidad.
Han vuelto sus 'buenas noches princesa' o sus 'anda, descansa<3' que
mantienen las pesadillas y los instintos más o menos a raya. Todavía hay noches
malas. Pero respiro todo lo hondo que puedo, pienso en el último momento en el
que le he visto, y trato de apretujar el miedo en el fondo del baúl. Porque
echarle no puedo. Aún no estoy tan fuerte.
No sé, Charlie. De verdad que he
puesto de mi parte, ¿sabes? Para aprender a estar sin él. Pero me parece que no
hay manera. Porque como dijo en su día el bueno de Sabina "amores que
matan, nunca mueren". Últimamente escucho mucha música, muy alto. He
descubierto que llega un punto en el que aunque te duelan un poco las orejitas,
tu mente no puede ignorar la música y seguir torturándote. Así que al final el
pato lo pagan los oídos. La verdad es que no es justo, pero estoy empezando a
temer que la vida no sea justa. Espero que al final nadie sea capaz de
convencerme de ello.
Ya sé que en realidad no le merezco. Ni en un millón de años me creería merecedora de una persona así. Porque, ¿sabes Charlie? Por mucho que haya podido putearme, sobre todo en estos últimos meses, es la mejor persona que conozco. O puede que no la mejor, pero sí la única lo bastante alucinante en todos y cada uno de sus aspectos como para enamorarme. Yo pensaba que sabía lo que era el amor. O al menos lo que era estar malo por amor. Ay amigo. Nunca jamás de los jamases pienses que amas a alguien hasta que desees con toda tu alma y desesperación que no sea así, y al final tengas que admitir, derrotada contra al espejo, que lo es. Esa es mi nueva definición de amor. Y él la borda.
En este tiempo he hablado mucho con el espejo. Pasé una tarde entera allí intentando hacer que la frase "eres su ex" sonara menos a kunais atravesándome todo el cuerpo. Pero nada, no había manera. Llegó el día de la Japan, lo dijo, y casi me da un ataque allí. Pero ya sabes, años de autocontrol. Creo que tú entiendes de qué hablo.
He mentido un poco en todo este tiempo, ¿sabes? Le hablaba en un tono que no tenía nada que ver con la procesión que llevaba por dentro, o me forzaba un poquillo a sonreír cuando caía algún comentario que dejaba claros los muros entre ambos. En realizad me esforzaba por no llorar. Pero cuando la tormenta pasaba, y ya sólo éramos él y yo... De repente alguna sonrisa echaba a andar sola. Y cada día, alguna más. Hasta que ya sonreía de verdad casi siempre. Y lo más importante... Él también.
Recuerdo cuando… Todo acabó. O empezó, según se mire. Lo horrible que era todo. Cuánto dolor, cuánta desesperación. Casi me muero, pero no podía decepcionarle de esa manera. Recuerdo los pequeños focos de luz, que automáticamente eran engullidos por miles de sombras, pero que a mí me ayudaban a seguir. Recuerdo cuando las sombras empezaron a disiparse, muy poquito a poco. Casi a tan poca velocidad, que en muchas ocasiones llegué a pensar que me lo estaba imaginando. Recuerdo, y recuerdo, y no puedo evitar sentir que… Todo ha ido a mejor. Y no me refiero a mejor desde… Aquello, sino a mejor… Desde hace muchísimo. En estas últimas semanas me he sentido tan ilusionada como… Al principio. Como al principio de todo. Y eso ya es decir. Porque fue la mejor época de mi vida.
Todo este tiempo ha sido como una montaña rusa sin frenos, Charlie. Y aunque muchas veces ha sido realmente increíble, otras de verdad pensé que iba a morir. Y no entendía nada, Charlie, pero aprendí a vivir el día a día. Y creo que es algo que sólo se puede aprender cuando estás como yo ahora, sin seguro, sin nada que perder, con la única certeza de éste momento, puntual, y posible último de su especie. Los días en los que le veía, o en los que pasaban cosas buenas, me encerraba en un burbuja lo más prieta posible, y dejaba todo lo malo fuera durante el máximo tiempo posible, dedicándome a perderme en los recuerdos aún frescos de las yemas de mis dedos.
Lo que me da miedo, Charlie, es que aún piense en matarnos. Creo que ya no lo hace, pero la inquietud sigue dentro de mí. Porque ha habido cosas malas a batiburrillo, desde aquel siete de septiembre; agobios, peleas contenidas, dolor, educación, sonrisas forzadas... Pero se están extinguiendo. Y por mucho que no lo haya dicho, es imposible no verlo. No digo que esté arreglado. Digo que tiene solución. Digo que no puedo evitar ver manos que se buscan sin pensarlo, y sonrisas que por mucho que sus dueños tratásemos de acallar, salían a la luz, victoriosas, mostrándose ante el mundo.
Y sí, como dijo Cassie, todo cuenta. Y Charlie, tú no abrazas a alguien por quien... No sientes eso antes de dormir como él me abrazaba. Por mucho que esté enterrado en lo más profundo de ti. En serio, los abrazos son una de mis grandes pasiones, y he vivido muchos y muy distintos. Y nunca unos como los suyos. Cuando me abraza así... Pues Charlie, no puedo creerme que no le quede nada de eso dentro.
A veces creo que todavía piensa que le amo porque me trataba bien. Que pasará un tiempo y le habré olvidado, sin más. Habrase visto mayor estupidez. Es cierto que el hecho de que siempre haya cuidado de mí, de que siempre haya estado ahí cuando le necesitaba, o de que me aceptase tal y como era son cosas que van haciendo mella en una, porque es algo que necesitaba y no había tenido nunca. Pero de ahí a pensar que le quiero porque fue bueno conmigo... En fin. Que he oído muchas chorradas a lo largo de todo este tiempo, pero ésta se lleva la palma.
No sé por qué le quiero. Sinceramente, Charlie. Le di MUCHAS vueltas a este hecho, y al final terminé donde estaba, al principio. Me vi en la habitación de su abuela, mirándole, y sintiendo que algo había cambiado en mi interior. No sé si alguna vez le he contado a alguien el momento en el que realmente entendí que le quería, pero es uno de los tesoros más preciados que tengo. No sé si era de día o de noche, no sé qué peli estábamos viendo, no sé si el polvo que acabábamos de echar fue bueno o malo. Sólo sé que hacía frío, y él me abrazaba, y saqué la cabeza de mi huequito en su hombro y le miré. Y sentí algo dentro que no había estado nunca. Con nadie.
Durante este tiempo, perdí confianza con él. No la confianza de confianza (que también un poco, aunque luego haya confiado en él más que nunca), sino del tipo de confianza que implica poder hablar de todo en casi cualquier momento. Y no veas cómo me jodió, Charlie. Porque es algo que nunca había tenido con nadie, y no quiero que se pierda nunca, da igual cómo acabemos. Aunque gracias a dios, últimamente he sentido que parte de eso se recuperaba, poquito a poco, sin pausa pero sin prisa. Aún hay veces que tengo que andarme con pies de plomo con algunos temas, pero hay otras que hasta me olvido las pesas en casa.
Hay muchas cosas que, de no haber pasado todo esto, nunca hubiera visto, o sabido. Por ejemplo, recuerdo aquella noche en la que me dejó "plantada". Había terminado de ver Naruto, y le dije que si después de que se terminase LQSA podríamos frikear. Me dijo que sí. A la una y media de la mañana, con fiebre y teniendo que levantarme al día siguiente a las seis, me rendí a mí misma admitiendo que no iba a venir. Y me sentí estúpida, patética, ignorada... Me sentí el ser más ridículo sobre la faz de la tierra. Y al día siguiente me levanté pensando que no le importaba una mierda, que le data exactamente igual, y que no tenía sentido seguir de ninguna manera. Y entonces me puse la música et... Voilà, "what if i was nothing". Y ese verso "so what if i was angry, what did you think i do?" Y recordé aquellas miles de veces que le había "amenazado" con dejarle, sólo porque me había cabreado hasta el extremo, o me había hecho sentir miserable. Y, flipando me quedé, Charlie. Me di cuenta de que me sentí el cuádruple de estúpida de lo que me había sentido la noche anterior. Y eso es mucho decir, ¿eh Charlie? Mucho. Y no pude evitar pensar en esa frase "no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes". Y sólo tuve ganas de volver a la yo de hace un año y medio y darla de hostias para que vislumbrara una billonésima parte de lo que duele estar sin él.
Como lo de la confianza. Madre mía, Charlie, la que me lio aquella noche. Estuve por volver a Madrid a patita y montarle el pollo de su vida. Qué hacía llevando a una pava que se lo quería frungir a dormir a su casa. Luego realmente entendí que él de verdad pensaba que ella no se lo quería frungir, y que simplemente le había ofrecido su casa porque no tenía dónde dormir. Aquella noche fue horrible, pero descubrí una cosa, Charlie; que él se merece toda la confianza del mundo y más (a diferencia de mí. Pero me estoy esforzando porque eso cambie). Y la siguiente vez, cuando les vi alejarse calle abajo en dirección a su casa… No tuve ninguna duda. Ni siquiera un resquemorcillo pequeño. Fui hasta mi casa, escuchando “Fortunate Son”, y sintiendo lo bonito que es confiar en alguien sin reservas.
Hace unas semanas, vi algo en la tele. El caso de una estadounidense a la que habían diagnosticado un tumor cerebral incurable, y que había decidido atenerse a la eutanasia, ya que sabía que iba a morir igual. Acaba de casarse. Joder, Charlie, se había casado hace nada. Y había pensado en comprarse una casita con su esposo, e incluso estaba planeando quedarse embarazada. Y un día que le dolía la cabeza fue al médico. Y ya no tuvo futuro.
Y te pongo este ejemplo, Charlie, porque me impactó mucho, pero puede ser un tumor, un accidente de coche o que te caiga un piano en la cabeza. Ninguno tenemos la certeza de que seguiremos aquí mañana. Ni pasado. Y un día sin él, sin su boca, sin provocarle una sonrisa, es gastar el preciado tiempo que tengo aquí, y ahora, y que al siguiente segundo puede no existir. Es un día desperdiciado, Charlie. Y no quiero esos días. Si puede que muera mañana, en un mes, en dos años... Quiero pasar cada segundo con la certeza de que le tengo a mi lado. No... Físicamente, qué agobio. Pero sabiendo que camina a mi lado, conmigo.
Llevo 94 días sin decirle que le amo. Desde aquel puto siete de octubre. ¡¿Sabes que el siete era mi número favorito?! Ahora no puedo ni verlo. Y no veas lo que me jode. Pero que me desvío. Llevo todos estos días con esa frase quemándome en la garganta, y no puedo ni quiero aguantar más. Le amo, Charlie. Y ahora que acabo de escribirlo, en mi cabeza ha sonado un poco a telenovela de Joselito, pero es tan cierto como que lo único que sé es que estoy respirando. Le amo, y no va a cambiar. Porque lo he intentado. Porque cada vez que me decía "venga, un tiempo" o "necesito un stand by", yo me decía a mí misma "venga, vamos a probar. A lo mejor estás bien sin él". Y al final... Rendida frente al espejo, suplicando a lo que quisiera oírme que me lo trajera de vuelta.
Nunca en mi vida... He puesto tanto empeño en algo. Pero nunca había tenido nada que mereciera tanto la pena. Y creo firmemente que ninguna historia de amor que se precie sale del paso sin dificultades. Pero precisamente, porque esto que siento es amor, no puedo abandonar. Que ya sé que esto no va a ser fácil, joder, que cuando él es blanco yo soy negro, y al revés. Que hacer funcionar esto va a costar más que levantar un avión. Pero así y todo... Quiero intentarlo. A muerte. Y no voy a marcharme. Ni tampoco voy a dejar que me siga abrasando la garganta. Porque le amo, le amo, ¡le amo!
Joder. Qué bien sienta soltarlo por fin.
Aún recuerdo aquella coña de la que hablamos, para cuando me mudase a la posible-nueva casa. Que subiría trepando por mi ventana, y así podría quedarse a dormir. Esto es un secreto que no le he contado a nadie, Charlie, pero creo que es hora de sacarlo. La yo hiper cursi está deseando que el mundo lo sepa. Recuerdo que aquella noche soñé que alguien tiraba piedrecitas a mi ventana, yo me asomaba, y él estaba ahí, con una sonrisa y pidiéndome que le dejase subir. Le dije que era imposible, que por mucho que viviese en un primero no había manera de llegar hasta allí. Él sonrió más amplio, saltó la vallita verde, y una vez junto al muro de mi casa, subió por una especie de desagüe, llegó hasta la ventana, y me besó. Me preguntó si podía pasar, y le dije entre risas que sí. Después se metió en mi cama, y me abrazó tan fuerte que pensé que me desharía en sus brazos. Me odio un poco a mí misma por haber perdido contra un estereotipo de princesa tan típico, pero… Ais. Si de repente viniese a mi ventana, por mucho que no pudiera trepar (porque no se puede). Pues moriría de amor y eso.
Y que poco más, Charlie. Tengo estos papeles enormes, el miedo en mis manos y mi corazón en las suyas. Aquí, más cerca de lo que él cree. Dispuesta a saltar al vacío. Recuerdo cuando él me decía eso, que saltara, que me fuera con él. Dios, Charlie, pondría el mundo a sus pies. Y saltaría, desde donde hiciera falta. Al abismo. Al más oscuro de los abismos. Porque hay millones de pibas ahí fuera. Más guapas, más altas, más delgadas, que follen mejor, menos bipolares, más sosegadas, menos gritonas, que le caigan mejor a sus amigos, con más tetas, que sepan aceptar un "no", que no le van a dar la brasa, que no van a chincharle... Pero he de decir, que a estas alturas ya debería tener más o menos claro, que ninguna le va a amar como yo. Sé que puede no parecer tan importante, pero créeme, lo es. Y soy la primera que en mil ocasiones ha deseado que esa afirmación no fuera cierta. Pero es lo que hay. Uno no elige la persona sin la que no puede estar. Podrías intentar decírselo tú, Charlie, de hombre a hombre. A lo mejor así le entra en la cabeza.
-Nonono, mírame a mí. Te estás centrando en el problema. Si te centras en el problema, ¡nunca verás la solución! No te centres jamás en el problema, ¡mírame a mí!
-Has cambiado.
-¿Qué pasa? ¿Es que no puedo cambiar?
-Es que antes...
-Antes, antes, siempre antes... Tú tampoco eres la chica de la que yo me enamoré pero busco en ti y siempre acabo encontrando algo de lo que volver a enamorarme.
Tienes que decidir
si te quieres enamorar del presente
o si seguirás queriendo hacerle el amor a mi pasado.
Se tumbó, me acercó a su pecho
y tres segundos después me besó como nunca.
Sólo déjalo ir, no quiero discutir más/ no estoy seguro de saber por qué estamos peleando/ sé que tienes miedo y que estas pensando que me puedo ir/ no me iré, no me iré.// Y si piensas que tal vez yo podría desviarme/ sólo recuerda esta pregunta/ ¿Y si yo no fuera nada?/ ¿y si esto es verdad?/ ¿Y si yo no fuera nada?/ Nada sin ti/ ¿Y qué si estaba enfadada?/¿ qué pensaste que haría?/ Te dije que te quiero, chico/ no soy nada sin ti.// Sé que es difícil, parece que ha valido la pena todo este tiempo/ a veces nuestro estúpido orgullo nos dice que no nos equivocamos./ Oigo tu voz, me dices que nunca te irás/ y yo lo creo, lo creo.// Y si piensas que tal vez yo podría desviarme/ sólo recuerda esta pregunta/ ¿Y si yo no fuera nada?/ ¿y si esto es verdad?/ ¿Y si yo no fuera nada?/ Nada sin ti/ ¿Y qué si estaba enfadada?/¿ qué pensaste que haría?/ Te dije que te quiero, chico/ no soy nada sin ti.// Podemos continuar con esto,/ haremos que funcione de alguna manera,/ y cada paso nos hace más fuertes cada día.// Y si piensas que tal vez yo podría desviarme/ sólo recuerda esta pregunta/ ¿Y si yo no fuera nada?/ ¿y si esto es verdad?/ ¿Y si yo no fuera nada?/ Nada sin ti/ ¿Y qué si estaba enfadada?/¿ qué pensaste que haría?/ Te dije que te quiero, chico/ no soy nada sin ti.
A veces me permito esto, escribirte estas tonterías.
Lo hago sólo por imaginar esa cara de loco a punto de llorar que se te queda cuando ves mi nombre en el remite de tus cartas. Imaginarme cómo saltas sobre el buzón, y cómo te dejas caer en el sofá mientras lees todo esto, sonriendo nostálgicamente. Tocándote la tripa como antes solía hacer yo.
Empezaré como suele empezar todo el mundo en las cartas; ¿cómo estás campeón?
Sonaba mejor cuando tu respuesta era inmediata acompañada de un abrazo, pero no importa, siempre he sabido esperar. Nunca dejé de esperarte, así que esperaré un; "todo genial, preciosa" a mediados de la semana que viene; cuando entonces sea yo la loca que se abalanza sobre el buzón.
¿Sabes qué? No sabía lo que era echar de menos. Hasta el día en que te fuiste y me vi obligada a empezar a hacerlo.
No a ti, sino a todas esas pequeñas cosas que te hacían algo gigante en mi vida.
Ya nadie se toma la molestia de levantarme a gritos. Si supieras que ya no queda nadie que se atreva a llevarme la contraría. Como si pudiese yo sola con todo este peso.
Qué mundo más absurdo este sin que me obligues a ver todas esas películas sin sustancia que a ti te gustan, y a dormir mirando hacia tu lado.
Espero que la pobre ignorante que te acompañe aprenda a decirte que no, con la misma facilidad con la que yo aprendí a decirte que sí.
No te asustes. Todo lo que te odio es sólo una pequeña parte de lo que te quiero. Todo este rencor no llega ni al primer escalón de todos los recuerdos que me hacen escribir esta carta.
Te sigo esperando, sentada en Madrid. Con un café ardiendo en las manos y la nariz rojo nieve.
Tienes que creer/ tienes que creer.// Lo hemos intentado todo excepto abandonar/ me niego a lanzar lejos todo lo que tenemos/ sigo recordando, sigo recordando mejores días/ la búsqueda sin fin empieza porque me he recuperado.// Podemos marcar la diferencia aquí/ sólo cierra los ojos y coge mi mano, cielo/ tan sólo aguanta la respiración y déjame secar tus lágrimas/ todo lo que tienes que hacer es creer.// Todo lo que tienes que hacer es creer/ todo lo que tienes que hacer es creer.// La vida no se puede entender/ sólo tienes que extender la mano y agarrarte, extender la mano y agarrarte/ ¿ cómo podrías mandarnos a alguna parte esperando volver a casa?// Podemos marcar la diferencia aquí/ sólo cierra los ojos y coge mi mano, cielo/ tan sólo aguanta la respiración y déjame secar tus lágrimas/ todo lo que tienes que hacer es creer.// No tienes que llorar ni una lágrima más por mí/ estaré ahí hasta el día en que muramos, mano en mano/ ¿Creerás en mí? ¿Creerás en mí? ¿Creerás?//
Podemos marcar la diferencia aquí/ sólo cierra los ojos y coge mi mano, cielo/ tan sólo aguanta la respiración y déjame secar tus lágrimas/ todo lo que tienes que hacer es creer.// Podemos marcar la diferencia aquí/ sólo cierra los ojos y coge mi mano, cielo/ tan sólo aguanta la respiración y déjame secar tus lágrimas/ todo lo que tienes que hacer es creer.// Tienes que creer/ tienes que creer/ tienes que creer/ tienes que creer/ tienes que creer.
Ella está muy presente. En mi vida, desde luego, pero me refería a este blog. Me acompañó, cuando tú decidiste no hacerlo, y siempre estuvo ahí, ofreciéndome un abrazo de letras cuando pensé que no había manera humana de seguir.
Una tarde en la que estaba subiendo un capítulo, pensé en Grecia, su nuevo libro. Y pensé que pudiera ser que este año la viese de nuevo, en alguna firma, o en la Feria del Libro. Y como siempre, fantaseé sobre qué podría decirla.
Y rompí a llorar.
Daría lo que fuera, lo que fuera, por decirla que ella fue parte de que volvieras. Por agradecerla entre lágrimas y mejillas como amapolas sus palabras, porque le dieron forma a lo que me quemaba por dentro, e hicieron que los sentimientos triunfasen, sobre todo lo demás.
¿Recuerdas aquel fin de semana en el que hacía dos años que nos conocimos? Recuerdo que me quería morir. Recuerdo que aquella noche terminé en tu casa, pero que por la mañana yo eso no lo sabía. Esas noches, en el principio del fin me salvaban la vida. Una y otra vez. Lo siguen haciendo, pero ya nada es igual, así que tampoco lo son ellas.
Pero que me aparto.
Aquella tarde yo… No podía. Habían pasado dos años, y no estabas. Y qué hacía yo sin ti, en serio. Qué puto sentido tenía nada de todo aquello.
Necesitaba sentirte.
Así que fui a buscarte. A todos los lugares que se me ocurrieron. Fui a buscarte a aquel banco del Capricho, pero dolía tanto que pasé una hora en el suelo, tratando de controlar aquella sensación de ahogo que me quemaba por dentro. Pero antes de marcharme, quise dejar algo nuestro allí. Y grabé ese “Tú+yo=<3” en el respaldo. Por si a algún idiota se le ocurría tratar de usurparnos en presente, pasado o futuro.
Fui a buscarte a mi puerta en Miami. Miré durante mucho rato la inscripción en la placa de metal. Y más aún el hueco que solíamos ocupar, yo contra la puerta, y tú a dos centímetros de mi nariz.
Fui a buscarte al parque Titanic, pero allí dolía demasiado también. Aun así subí al tobogán, y te soñé Jack, una vez más a mi espalda. No he sido capaz de volver allí, y no será por no haberlo intentado.
Fui a buscarte a la Quinta, y me perdí yendo a ese pequeño huequito al que fuimos desde el principio. ¿Sabes cuál te digo? El que es como una montañita rodeada de ladrillos. Es una tontería llegar, ¿a que sí? Pues me perdí. Probablemente es sólo que tenía demasiadas cosas en la cabeza, demasiado humo en las venas, y demasiadas lágrimas en los ojos, pero el caso es que terminó siendo una metáfora fantástica de mi vida. Ni siquiera podía llegar al sitio más fácil del mundo. No sin ti, al menos. También pasé mucho tiempo allí. Estaba empezando a refrescar, pero no me importaba. Observé como el último sol bailaba con las sobras de los árboles, y nos vi allí, críos, con tu guitarra, entre besos, y si normalmente le tenía asquito a lo de madurar, en aquel momento deseé no haber crecido nunca.
Fui a buscarte a la boca de metro de Suanzes, recordando todos aquellos momentos en los que me habías venido a buscar. Siempre venías a buscarme. Eso también lo echo mucho de menos.
Bajé aquella cuesta infinita buscándote, viéndonos crecer a medida que avanzaba, de la mano, sin callarnos, entre mordiscos y risas, y besos tan suaves que parecían el roce de un pétalo.
Fui a buscarte al Domino’s donde habíamos cogido unas dos millones de veces aquella pizza barbacoa para morirnos de gusto en tu azotea. Y enamorarnos un poquillo más.
Fui a buscarte a las salas de Kronos, recordándonos en tus primeros conciertos, en los segundos, y en los terceros. En aquel en el que no estábamos juntos, y tú casi te mueres con “Seize the day” y yo casi me muero con “Eat you alive”. En aquella empresa con los escalones de mármol en la que conociste a mi padre por primera vez.
Fui a buscarte al Vistalegre. Aquellos conciertos contigo eran una de las cosas que más me gustaban. La música y tú, siempre de la mano, incluso dentro de mí. Nos vi dentro de un tipi humano en aquel noviembre tan, tan frío, y emparedados en una pared humana en aquel ____ no tan frío. Hay un recuerdo… Cuando llegaste a la cola del concierto de Fallo ut boy, yo te esperaba sentada, y justo cuando me giré en tu dirección, el sol te caía de espaldas, recortando tu figura, envolviéndola en un halo dorado. Me pareciste mi Adonis personal. Pero en realidad no fue ninguna sorpresa, ya sabía yo que tanta perfección no podía entrar en un mortal.
Fui a buscarte al centro, a todos aquellos paseos en invierno, con mis gorritos y tu anorak de michelín. Al teleférico, a plaza, al mirador de la Dalieda, a la Gran Vía, al Fnac. Y finalmente mis pasos fueron, prácticamente solos, hasta el lugar donde empezó todo.
Cuando me vi frente a la puerta del Independance, me caí de rodillas. Queda muy teatral, muy peliculero, ¿no? Pues no veas lo que duele. Pero mis piernas se negaron a sujetarme por más tiempo… Y tú no estabas ahí para evitar que me cayese.
Aquella tarde saltó la chispa que inició un incendio que ninguno de nosotros hubiera podido prever. En aquel lugar. Aún recuerdo el sol tibio, y María ayudándome a cambiarme de camiseta. Cómo miraste en mi dirección, y te giraste rápidamente al ver que me estaba desnudando. La oscuridad fosforescente, cómo se me erizaron los pelos de la nuca cuando me susurraste “¿qué pasaría si te besara?”.
Cerré los ojos y dejé que los recuerdos me sacudieran. Cuando los abrí, había una chica a mi lado preguntándome si me encontraba bien, y sólo entonces me di cuenta de que estaba llorando a mares. Asentí y se marchó.
Lo recuerdo todo. Cada segundo. Cada plana. Y, aunque siempre exista la posibilidad, lo que me impide vivir es la certeza de que vaya a acabar.
La cuesta arriba de siempre, más empinada que nunca. Encontré un banco, porque mis piernas se negaban a sostenerme sin él, y encendí un peta, porque mi mente no era si quiera capaz de procesar el estado de muerte cerebral en el que me encontraba.
Y fumé. Y fumé aún más. Y me tumbé sobre el banco, a pesar del frío que hacía, porque sabía que si echaba a andar no conseguiría avanzar más de unos metros. Y miré al cielo y grité en silencio. Era casi de noche, y las primeras estrellas se asomaban. Nunca pensé que tendría tantas ganas de morir. De verdad que lo deseaba con toda mi alma. Deseaba poder moverme y saltar en el camino de un coche. Que llegase un pirado de los de Mentes Criminales y me acuchillara 47 veces. Que un meteorito piadoso cayera de alguna parte del universo y terminara con todo aquello en una explosión ignífuga que durase apenas unos segundos.
En realidad, el espectáculo era bonito. El cielo estaba justo en esos diez minutos azules. Me convulsioné ligeramente ante el mero hecho del recuerdo de algo que tú me habías contado. Ya ni siquiera podría mirar el cielo. Ni al anochecer, ni cuando la luna me guiñara una sonrisa desde la vasta oscuridad. Era tuyo. Todo, todo había terminado siendo tuyo. Desde el calorcito del sol hasta la última célula de mi cuerpo.
Y ya. Nunca. Más.
Mandé el silencio a tomar por el culo y grité de verdad. Hondo, hasta que sentí que los pulmones me estallaban. Esperar algo no significa que estés preparado cuando llegue. Ni ser capaz de hacerle frente. Ni ser capaz de sobrevivirlo.
Di otra calada, y noté que no quedaba casi nada. Me dispuse a aplastar aquella colilla contra el suelo, y de repente estaba embelesada observando el extremo candente, las cenizas, encendidas como la mirada de un demonio. Cómo algo podía ser tan efímero y tan devastador. Cómo podía verte a ti en ese mini universo de autodestrucción.
No voy a mentir, estuve a punto de presionarlo contra mi mano. Para que algo me sacara de aquella tumba en la que me estaba hundiendo despacio pero sin posibilidad de retorno. Pero no lo hice. Porque ante todo estabas tú. Ya te había decepcionado muchas veces, y no iba a volver a hacerlo. Iba a ser fuerte. Como nunca en la vida. Como nunca nadie. E iba a conseguirlo, que para saltar a la M-30 siempre había tiempo.
Pegué otra calada, y me quemé la garganta, porque quedaba demasiado poco, y ya había más ascua que tabaco o droga. Y pensé que mi vida se iba a parecer mucho a eso. A apurar tanto y tan al límite que llegase a quemarme. A arriesgarme tanto que llegase a abrasarme.
En la turbulencia desorientada de la neblina funeraria que me envolvía sonreí.
Este recuerdo me ha costado mucho conseguirlo. Mucho. Fueron horas, y horas, y horas de estar sentada, concentrada a más no poder, focalizando tan sólo un pensamiento. Pero quería estar segura.
Recuerdo la última vez que me dijiste que me amabas. Fue en mi portal, en una despedida, poco antes del cumple de Antoñito. Se podría decir que fue "como siempre" pero esas dos palabras nunca lo han sido, eran únicas cada vez. Y además éstas eran las últimas, aunque yo en ese momento no lo supiera. Y lo recuerdo. Recuerdo tu sonrisa, dulce y tímida, muy cerca de mi boca, susurrando.
Se ha convertido en mi sueño, ¿sabes? Así como el sueño de Eren es cargarse a todos los titanes, o el de Narutín es convertirse en Hokage... El mío es este. Que vuelvas a susurrármelo, con los ojos brillantes, y sintiéndolo por dentro. Y haría cualquier cosa para conseguirlo. Lo estoy dando todo por conseguirlo. Y aún me queda por dar. Y puede que leer esto te agobie, o no te guste, o te parezca un sueño de mierda, y empeore la idea que tienes de mí. Pero es mi sueño.
Me los buso fáciles, ¿eh?
En otra vida fui mongola, es lo que hay.
I gave my heart to you,
i gave my heart
'cause nothing can compares in this world to you.
Tus ojos verdes observan cada movimiento que hago/ y ese sentimiento de dudad desaparece/ nunca me sentiré sola contigo a mi lado/ eres el único, y confío en ti.// Hemos pasado por buenos y malos momentos/ pero tu amor incondicional estaba siempre en mi mente/ has estado ahí desde el principio para mí/ y tu amor siempre ha sido tan real como podía serlo./ Te doy mi corazón a ti/ te doy mi corazón, porque nada puede compararse a ti en este mundo.// Hemos pasado por buenos y malos momentos/ pero tu amor incondicional estaba siempre en mi mente/ has estado ahí desde el principio para mí/ y tu amor siempre ha sido tan real como podía serlo./ Te doy mi corazón a ti/ te doy mi corazón, porque nada puede compararse a ti en este mundo.// Te doy mi corazón a ti/ te doy mi corazón porque nada puede compararse a ti en este mundo.
Desperté, y me cagué en todos los dioses habidos y por haber al no haberme concedido mi deseo. Hijos de puta. Si cuando dicen que la religión en el fondo busca el sufrimiento humano…
Él respirabas muy liviano junto a mí. Yo no había hecho ningún movimiento, tan sólo había abierto los ojos, por lo que él no era ni remotamente consciente de mi consciencia. Regulé mi respiración sumida en el pánico, inhalé hondo, y le observé. La línea de su boca relajada, el pelo despatarrado por su frente, el rictus despejado de todo, tan sólo gobernado por la inconsciencia. Qué cosa tan bonita, de verdad os lo digo. Pero qué bonito. Me dieron ganas hasta de sacarle una foto, pero en realidad no hacía falta, porque aún puedo recordarlo con total claridad.
Es curioso, porque, lógicamente, hay muchas cosas que mi cabecita ha decidido relegar al olvido en estos dos años. No tanto hechos como… Imágenes. Ejemplo; recuerdo la primera vez que me llevó a su casa, pero los… Planos, por así decirlo, han quedado reducidos a meros flashes, imágenes inconexas. Sin embargo… Recuerdo cada vez que me he despertado a su lado. Y cuando digo cada vez, es cada vez. Cada puñetera vez, con sus matices, sus luces y sus respiraciones. Y por mucho que duela a veces, espero no olvidarlas nunca.
No mucho después, tuve que moverme porque se me estaba gangrenando el brazo (¿cómo cojones me habría dormido así?), y él se despertó. Me regaló una sonrisa y unos buenos días, y traté de corresponderle, pero la alegría no me llegó a los ojos. Esos… No mienten igual de bien.
Nos quedamos un rato más en la cama, mientras él me abrazaba y yo trataba de esconder mis lágrimas a cualquier precio. Después nos levantamos y fuimos a desayunar. Un colacao con cereales. Me costó muchísimo comer, aquello no me pasaba por la garganta, pero no quería que él viera… No quería que me recordase en el estado en el que estaba empezando a metamorfosearme.
Alargué aquello todo lo que pude. Todo, todo lo que pude. Pero al final él se tuvo que ir a comer. En la puerta, le besé. Le besé muy dentro. Le besé sin tocarle absolutamente nada más que los labios. Le besé, y cuando se dio media vuelta y enfiló hacia las escaleras, aún me quemaba ese beso. Y cuando cerré la puerta, lo que hacía era consumirme. Marchitarme por dentro. Ese beso sólo decía adiós.
Sabía que me quedaban escasos minutos de lucidez, y decidí emplearlos en dejar la casa lo más limpia que pudiese. Craso error, porque tan sólo conseguí restarme lucidez. A los diez minutos estaba tirada de cualquier manera, sujetándome muy fuerte el pecho, y mordiéndome con tal de no gritar. Se había marchado. Se había marchado. Aún no me había dejado, pero ahora sí, era cuestión de horas.
Cómo había llegado a aquello. Cómo había podido dejar pasar a lo mejor que me había pasado en la vida, tío. Cómo había perdido a lo único que había merecido la pena en 19 años, a la primera persona que realmente me amó. Por qué me daba cuenta de que era suya hasta la punta de los pies cuando se marchaba. Cómo estaba dejando que se fuese. ¿Por la posibilidad de que así volviera? ¿Y si no lo hacía? Lo más probable en realidad era que no lo hiciese, sin importar cuántos mundos pudiera ponerle a sus pies. Y aquel pensamiento me mataba. No dejaría de intentarlo, pero lo cierto es que sabía que aquello iba a ser con diferencia lo más doloroso de mi vida. Ya lo estaba siendo.
Recordé aquel verso de Axl “he buscado por todo el universo, y me he encontrado en sus ojos”. Era tan absoluto, tan real. Allí era el único lugar donde podía verme, sentirme. No significaba que sin él no fuera nada, significaba que el agujero que se había abierto dentro mía no iba a cerrarse. No sin él. Y pasar la vida con una fosa abierta en todo tu centro se hace cuesta arriba.
Habíamos quedado después para “hablar”, traducción, para mandarlo a la mierda. Y cuando miré el reloj iba jodidamente justa. Terminé de recoger toda la casa, sintiendo a cada mancha que limpiaba cómo un recuerdo me golpeaba y se me enredaba en el pelo. Qué jodidamente duro fue aquello. Después me puse un vestido que se me había quedado grande tras los once kilos de menos en ese par de meses, y me pinté bonito, porque si solía arreglarme para él, y aquella era la última vez… ¿Cuándo iba a hacerlo si no?
Quedamos en el parque Titanic. Aquello me entristeció, pero me pareció necesario, de alguna manera. Era un lugar precioso al que probablemente nunca fuera capaz de volver, pero había sido el inicio de tantas cosas… Tenía sentido que también fuera el final.
El final… De verdad que no podía evitar que se me saltasen las lágrimas, pero ya era como la tercera vez que me pintaba y a ese paso no llegaría nunca.
Cuando me decidí a salir de casa, todo mi cuerpo temblaba. Todo mi ser temblaba. La cuchilla oscilaba sobre mi cuello, y se relamía antes su inevitable inminencia. Aquello iba a ser un festín de cuervos.
Vino a buscarme a casa, y me cogió de la mano de camino al parque. Mi corazoncito quiso tener esperanzas, pero se lo prohibí terminantemente; aquello sólo era otra parte del adiós.
Enfilamos la cuestecita de baldosas rosas, y llegamos hasta el banco en el que había pasado… Todo. Desde que la jodí, hasta… Hacía escasas semanas, cuando le pedí otra oportunidad. Intenté tranquilizarme, porque si empezaba a llorar en aquel momento, no quería ni contarte cuando empezase lo realmente tocho.
Al igual que no pude trascribiros la charla que tuvimos al principio del blog… Tampoco puedo con ésta. Puedo mucho menos con ésta. Sólo recordarla… Casi no podía ni respirar mientras escribía. No podía vivir. Si hay un recuerdo que decidiría guardar lo más profundo de mi mente que pudiera, bajo cadenas, y troles, y dragones… Sería éste. Y no para protegerle, sino para protegerme. Porque este recuerdo puede acabar conmigo. Lo que hace que ahora mismo viva intranquila es el miedo a que vuelva. Imaginaos la fuente de dolor que supone sólo revivirlo.
No quiero desviarme.
Hubo lloros. Muchos. Por mi parte. Me dijo que tenía que marcharse. Que no se sentía bien y que… Necesitaba estar solo. Y que si nada cambiaba, ya se plantearía volver, pero que no estaba a gusto. Sentía cómo se iba cayendo mi vida a pedacitos, yo a pedacitos, con cada palabra que salía de su boca. Lo peor es que le entendía. Porque yo me había sentido así con él. Pero eso no aliviaba. Nada hacía más ligera la sensación de que el universo se estaba retrayendo sobre sí mismo.
Cuando terminó, hubo terminado. Y aún no lo había dicho. Le dije que lo dijera. Que me dejase. Me preguntó que para qué, y le dije que para hacerlo real. No abrió la boca. Le pregunté si podía acompañarle una última vez a casa, y me regaló un sí con una sonrisa triste del brazo. Yo sólo quería morirme.
Mira que anduve despacio, ¿eh? Todo lo que pude. Pero al final, esa cuesta que siempre era infinita, acabó. Y me vi en su casa, incapaz de soltarle. No podía soltarle. No podía, no podía dejar que se fueses. Empecé a llorar muy fuerte, y me sujeté con la tripa, porque si en aquel momento me derrumbaba, me caía redonda. No podía soltarle, pero… Él tampoco me soltaba a mí. Le abracé, fuerte, tan fuerte que pensé que le haría daño. Todo lo fuerte que pude, y más aún. Más, más todavía. Él me devolvió el abrazo, y no pude… “No te marches”. “Te amo”. Su silencio, callado, yo aferrándome a él aún más fuerte. Por favor, no, que no me soltase nunca, por favor, por favor, no… Y entonces se separó y me susurró al oído “esto no es un adiós. Piensa en ello como un hasta luego”. No. No te marches, por favor, no te marches.
Todo lo que podía hacer era sujetarme para no caerme. Parecía que se marchaba… Y aún no había dicho nada. Si no lo decía, no lo consideraría hecho. Al menos que le echara pelotas. Si me iba a matar, que lo hiciera a rostro descubierto, no con sicarios.
Que no me matase. Que no nos matase, por favor. Por favor, por favor…
Se acercó a mi oído. Lo acarició con sus labios.
“Hasta luego”.
Un latigazo me recorrió entera, y tuve que apretar todos mis músculos para que no se me escapase un grito. Entonces me dio un beso en la mejilla, y retrocedió hacia atrás. Obligué a mis manos a cerrarse en un puño para que soltaran su espalda. Por favor, no, por favor…
Entonces retrocedí un paso, intentando ofrecerle una sonrisa, y cerró la puerta. Seguí caminando con los ojos anegados en lágrimas. En el paso de cebra me tambaleé y me caí al suelo. Y el coche que venía frenó. El muy hijo de puta frenó. Hubiera sido perfecto porque, ¡no había sido intencionado! Aquello habría acabado, y yo no le hubiera decepcionado. Joder, hubiera sido perfecto.
Me arrastré hasta la acera, y me quedé allí, apoyada en uno de los pilares blancos. Ahora sí que no podía respirar, hasta el punto de estar empezando a ver puntitos negros de la asfixia. No podía. Sencillamente, no podía.
Te deseo más allá de mi deseo, te quiero más de lo que supe querer. Aprendo a desaprender, para aprendernos de nuevo.
Quiero tu lágrima que ríe, tus orgasmos en cadena, tu infierno tropical, tu primavera. Quiero tu furia feliz, tu abrazo sin cerrojos, tus decibelios.
Tocar dentro de ti un concierto para instrumentos de tiempo.
Tocarte. Toda. Todo. Todamente.
Que todo sea entre nosotros todamiendos que se tocan.
Y si me dieran a elegir, elegiría que me sigas eligiendo.
Y si no me dan a elegir, también.
Te deseo contra el olvido.
Contra los miedos.
Contra el tiempo.
Contra la pared.
Pero a favor de nosotros.
Esta serie ha sido muy... Contradictoria para mí. Había momentos en los que me sentía muy Yukii, momentos en los que me sentía muy Yuno... Momentos en los que sólo quería que pasase lo que estaba observando.
Como por ejemplo, cuando Yukii presenta a Yuno como su novia ante todos. Dije, "dios, ojalá me pasara eso". Luego el anime avanzó, y me sentí muy estúpida. No necesito a nadie a mi alrededor. No quiero público, o cámaras. Tan sólo te quiero a ti. Y que sea de verdad. Como en su caso, al final de todo.
“Pero cuando salgo del gimnasio obtengo resultados inmediatos. Cuando termino de hacer algo a lo que no le saco partido me frustra, porque está totalmente inutilizado. No le veo ninguna utilidad. Y eso es porque todavía falta por currar. Es un maldito proyecto. No puedo sentirme orgulloso o realizado con un proyecto a medias. Porque nadie me asegura tener resultados. Lo veo tan cerca y tan lejos”.
Leía esto y lloraba. Lloraba a mares. Por qué, por qué al final del todo era cuando me entendías. Por qué estabas en tu casa sintiendo lo mismo que yo, y yo en la mía, sintiendo que me moría.
Casi con las mismas expresiones me refería yo a ti, y copio literal de un texto que escribí: “todo son proyectos, ideas, me estoy lanzando al vacío sin saber si conseguiré nada, puede que me quede sin nada, ¡sin nada! Todo es humo, algo que se vislumbra a lo lejos y no consigues distinguir si es alguien que conoces o sólo una sombra. Y parece que por mucho que avances, nunca llegas a estar lo suficientemente cerca como para comprobarlo”.
Tú tras la música, y yo detrás de ti. Si al final no íbamos a ser tan distintos. Al final íbamos a parecernos más que a diferenciarnos. Ahora lo veías todo negro, pero, en algún momento, ibas a revolverte, rabioso, contra el hundimiento, e ibas a decirte a ti mismo que podías salir adelante, que tenías que hacer cosas, moverte. Tal y como hice yo. Y heme aquí, moviéndome. Pero siempre hay momentos en los que no puedes hacer nada por hundirte. Y ahí estoy yo. Siendo fuerte hasta límites a los que pensé que nunca llegaría, y dándome a mí misma pequeñas treguas para no alcanzar el límite que no siento tan lejos. Por mucho que sienta que todo al final no servirá para nada, porque no puedo dejar de intentarlo. Aunque todo mi esfuerzo acabe yéndose a la puta mierda.
******
Esto lo escribí la noche en la que “acabaste” la composición.
Al día siguiente me dijiste esto:
“Ni con el gym ni con nada. La gente cuando le da el bajón no hacen nada para salir de ahí. Yo estoy haciendo todo lo posible y no es suficiente, pero no me vendré abajo por eso”.
Y me di cuenta de que estabas siendo yo en versión rápida. Que a mí me había costado días de depresión llegar a ese punto, y que aún me encontraba ahí. Me pregunto quién llegará antes al que quiera que sea el siguiente paso. Y si seguiremos recorriendo el mismo camino, como hemos hecho hasta ahora.
“La verdad es que si tengo que esperar todo ese tiempo a que esté bien me va a costar pero haré lo que pueda y más”.
Ay amigo. Seguro que me cuesta más a mí, pero todo lo que pueda y más se queda corto.
******
No puedo resistirme… Esto es una especie de anexo, pero ¿recuerdas aquel día en que entramos en Tuenti? Bueno… Pues aquel domingo me puse a leer la conversación. Pero de verdad, casi cuatro horas seguidas hasta que el cursor no me dejó subir más. Creo que nada me ha dolido más en la vida, salvo tú. Fue horrible. Pero no pude evitarlo. No pude evitar verme en ti, y verte a ti en mí. Veía cómo las dudas me corroían en aquel entonces, como tú me decías “esto duele” y yo te decía que lo sentía, pero que no tenía ganas de verte. Y me miro ahora y siento que quiero decirte “esto mata” y tú te disculpas por no querer verme. Aunque en realidad, mientras escribo esto, recuerdo que te vi el viernes por la mañana, y te despedí el sábado de madrugada, como quien dice. Pero aún pende sobre mí el recuerdo del domingo pasado, del lunes, el martes y el miércoles mirando el techo y luchando por no ahogarme en mis lágrimas.
Pero no quiero desviarme. Sólo quiero… Enseñarte, mostrarte, demostrarte, cómo la vida da muchas vueltas. Cómo no hay que abandonar algo cuando se pone difícil, porque puede que de un año a esta parte te sientas la cosa más gilipollas del mundo por haber pensado siquiera todo esto… Yo me siento lo más gilipollas del mudo por haber pensado todo eso. Quiero mostrarte cómo las preguntas que no puedo evitar decirte yo ahora, las has preguntado tú. Cómo la desesperación te llenaba a ti también. Quiero mostrártelo. Quiero que seas consciente en lo más hondo de ti… De que realmente tiene solución. Porque ya la tuvo. Y la puede volver a tener.
(Si pinchas sobre la imagen se hace más grande).
Aquí está lo malo. Los momentos en los que realmente sentía que no íbamos a ningún lado. Pero en esa conversación también hay cosas increíbles. Porque por muchos malos ratos que haya habido a lo largo de todo este tiempo (que han sido MUCHOS), esos no nos definen. Lo hacen los buenos. Pero nunca está de más recordar que los “milagros” han pasado cuando todo apuntaba a lo contrario. Tampoco que tú y yo no somos tan distintos, al final.
******
Anexo dos, y ya paro, prometido. Pero es que sigo leyendo… Y joder, joder y joder.
El sábado que fuimos a argu después de cenar en el japonés todos juntos, ¿te acuerdas? Aquel día había discutido tocho con María, y aunque tú no te sentías especialmente bien, en cuanto viste que me derrumbaba, cogiste y me abrazaste hasta que me calmé un poco, e intentaste que me riera. Por la noche, cuando salimos del restaurante, te dije que mi padre me dejaba salir hasta las tres, que no me importaba no salir e irme en aquel momento, pero que no quería volver sola. Te reíste y me dijiste que me acompañarías a casa, que era estúpida. Recuerdo quedarme a tu lado, cogerte de los mofletes y plantarte un beso. Durante este tiempo sólo he hecho eso cuando hacías algo bonito por mí. Pero en aquel momento concreto, en la Plaza de Santo Domingo, me vino a la cabeza la frase de una canción “you always make me feel okay”. Recordé cómo después de aquello pasé toda la noche intentando que lo pasaras bien… Pasándolo bien contigo, sí. Y lo bien que me hizo sentir que me dijeras que lo había conseguido cuando me acompañaste a casa. Y al día siguiente, leyendo la conversación de Tuenti, encontré esto.
Tiempo, necesita tiempo/ para ganar tu amor de nuevo/ estaré ahí, estaré ahí./ El amor, sólo el amor/ puede traer de nuevo a tu amor algún día/ estaré ahí, estaré ahí.// Lucharé, cielo, lucharé/ para ganar tu amor de nuevo/ estaré ahí/ estaré ahí./ El amor, sólo el amor/ podrá hundir los muros algún día/ estaré ahí, estaré ahí.// Si recorriéramos otra vez/ todo el camino desde el principio/ intentaría cambiar/ las cosas que mataron nuestro amor./ Tu orgullo ha construido una pared tan fuerte/ que no puedo atravesarla/ ¿realmente no hay ninguna oportunidad/ de empezar otra vez?/ Sigo amándote.// Intenta, cielo intenta/ confiar en mi amor otra vez/ estaré ahí, estaré ahí./ El amor, sólo el amor/ no debería ser apartado/ estaré ahí, estaré ahí.// Si recorriéramos otra vez/ todo el camino desde el principio/ intentaría cambiar/ las cosas que mataron nuestro amor./ Tu orgullo ha construido una pared tan fuerte/ que no puedo atravesarla/ ¿realmente no hay ninguna oportunidad/ de empezar otra vez?// Si recorriéramos otra vez/ todo el camino desde el principio/ intentaría cambiar/ las cosas que mataron nuestro amor./ Sí, he herido tu orgullo y sé/ por lo que has estado pasando./ Deberías darme otra oportunidad/ esto no puede ser el fin/ sigo amándote.// Sigo amándote/ te necesito/ sigo amándote...
Recuerdo aquella vez, mientras estaba sentada sobre él, que tenía puesto en el ordenador "What if i was nothing", de All that reminds. Y que justo en un momento dado, él me susurró uno de los versos a la vez que el cantante "i'm not leaving, i'm not leaving". Después sonrió vergonzoso y apartó la mirada.
******
Recuerdo estar duchándome con él, después de haber llorado a mares por el simple hecho de haber escuchado la canción que él compuso para mí. Recuerdo que él me preguntó muchas veces por qué lloraba. Muchas. Al final cedí y le confesé que me mataba oír aquello, y pensar que nunca volvería a sentir todo eso por mí. Él meneó la cabeza y susurró "idiota...".
******
Recuerdo estar en el metro con él, de camino a Cortylandia. Que habíamos discutido porque él había tenido un día feo y lo estaba pagando conmigo. Cómo estalló y me dijo que siempre pasaba lo mismo, que a la mínima yo agachaba la cabeza, me quedaba callada y ala. Cómo le expliqué que era porque tenía miedo a que se enfadase aún más si intentaba acercarme a él. Cómo el me contestó que si acaso me daba miedo que a la mínima pudiera marcharse, y mi silencio. Su sonrisa. Un beso.
******
Puede que todo esto no sea nada. Puede que colgarlo aquí sea contraproducente, o que lo sea aún más lo que voy a decir a continuación pero... Es esperanza. Cada segundo de cada uno de estos recuerdos. Esperanza en estado puro.
Volvíamos a casa, y pasamos un momento por el SuperSol. ¿Os podéis creer que no recuerdo qué fuimos a comprar? Pues de verdad no lo hago. Y me jode. Porque no recuerdo haberle dado a mi mente la santa potestad de decidir qué es importante y qué no lo es. Todo sobre él es importante. Cada plana de cada recuerdo es un tesoro. Y ese pequeñito lo he perdido.
Tras las misteriosas compras, volvimos a casa. Era la hora en la que la merienda queda demasiado tarde, y la cena demasiado pronto, pero había tortitas, y una necesidad imperiosa de él en las yemas de mis dedos, así que pusimos Naruto, y nos dispusimos a terminar con aquella delicia divina.
Mientras el rubiales daba vueltas por Konoha intentando ser el más chachi guay de todos, yo pensaba en lo que había planeado a continuación. Madre mía, ¿y si me caía de los tacones? ¿Y si me equivocaba en un paso y ya iba descoordinada con la música todo lo que quedaba de 'actuación'? La verdad es que siempre pensé que hacer un streptease era una tontería, hasta el día en que tuve que hacerlo. Desde entonces reconozco a esas chicas como jodidas amas.
Quise estirar todo lo posible a Narutín, pero al final no hubo más de donde sacar, por lo que moví la mesa del comedor, coloqué una silla en el centro y le dije que se sentase en el sofá justo en frente.
Fui a mi habitación y me puse el nuevo conjunto de lencería negra que había comprado, su camisa de botones, una corbata roja, un sombrero y unos tacones negros... He de decir, y sin pretender ser egocéntrica, que el vestuario al menos quedó niquelado.
Caminé de vuelta al salón, y una vez allí encendí el ordenador para poner 'One more time', de Britney Spears. Sólo con pensarlo cinco minutillos me venían a la mente cuatro canciones mejores que aquella para hacer un streptease, pero entre su mini-obsesión con esa chica y la letra... Esa canción fue la elegida.
La música comenzó a sonar, y encendí las luces del salón de golpe. Caminé hacia la silla, y cuando le miré, tuve que hacer un esfuerzo muy, muy grande para no sonreír (habría arruinado la atmósfera de puta ama que había creado). Pero es que tenía una cara... La boca totalmente desencajada y los ojos como platos. Comencé a sentirme poderosa, y cuando me senté en la silla y empecé a moverme suave sobre ella, me sentía más sexy de lo que me había sentido en mucho tiempo, capaz de conseguir lo que fuera con un aleteo de mis pestañas.
Y con esta sorprendente autoconfianza que no tenía muy claro de dónde venía, fui desnudándome, poco a poco, acercándome y alejándome de él, bailando sobre la silla, sobre los tacones, utilizando cada parte de mi cuerpo.
Cuando por fin sólo me quedaba la ropa interior, fui como una pantera hacia él, hasta que llegué a sus piernas, y subí entre ellas, a dos nanometros de él, pero sin tocarle en absoluto. Y seguí subiendo por su pecho, su cuello, su oreja...
Y de pronto me aparté de él, volví a la silla, y me deshice de la poca tela que me quedaba.
"No piensas a hacer nada?"
“Pero… ¿Puedo..?”
“Desde luego, si no lo intentas no…”.
Me levanté con cuidado, y me acerqué a él. Y en el segundo en que mi boca rozó la suya… Sus manos se abalanzaron sobre mí, y me atrajeron hacia él de golpe, con aprensión, con necesidad. Me estaba comiendo viva. Y yo me le comía a él. Le arranqué la ropa, porque no me parecía justo eso de estar yo en cueros y él completamente vestido. Y, para qué vamos a engañarnos, porque su cuerpo era el lugar donde se escondían la mayor parte de mis deseos más inconfesables, y sólo con mirarlo, todos ellos salían a la luz de sus manos en mi espalda.
Dentro. Y cada vez más dentro. Me deshacía en sus dedos. Joder, cómo podía llegar tan dentro. De mi cuerpo y de lo que no se podía tocar. Cómo leches había llegado tan dentro.
Le dije que me lo hiciera dulce. Me miró con cuidado, y asintió. Me coloqué de espaldas a él en el sofá, y me abrazó por detrás. Se me estaba yendo el alma cada vez que notaba el choque de su aliento contra mi nuca.
Y de pronto… Nada.
“¿Qué pasa?” “¿Pf, pues que me has puesto malísimo en un momento y.. Puf”. “Ah…”. “Lo siento, lo siento, lo siento”. “No pasa nad…”. “Lo siento, lo siento, lo siento”. “Que no pasa nada, plasta”.
Le llevé hasta el sofá, y me tumbé. Él se tumbó sobre mí. Piel con piel. Indivisibles. Ardiendo. Dios, le sentía tanto… Me abrazaba. Arrullaba su cabeza en mi pecho. Joder, por qué se tenía que ir. Por qué se iba a ir. En aquel momento, con la luz tenue temblando en las paredes, y mientras enterraba mi cara en su pelo, sabía que funcionábamos. Que le quería más allá de cualquier lógica o sentido, y que no quería (y probablemente no podía) pasar sin él.
No sé cuánto estuvimos así. Mucho rato, en realidad. Pero no me importaba, aquella noche no pretendía dormir. Me acordé de Bella, cuando en Luna Nueva vuelve con Edward en el avión, y aunque lleva días sin dormir lucha por no caer inconsciente por el sencillo hecho de que en breves él desaparecerá, y tenerle cerca es lo único que merece la pena. Me sentí muy ella en aquel momento.
Le propuse echarnos un pey, porque estaba a punto de hundirme. Nos vestimos, salimos a la terraza, y empecé a liar aquel pequeño anestésico. Comenzamos a fumar, y las ascuas candentes iluminaban nuestros semblantes con cada calada. De fondo sonaba “Far from Home”, de Five Finger Death Punch, y a ratos cantábamos trozos de aquella preciosidad. Qué ganas de abrazarle tenía, y qué miedo me daba. Miré hacia el cielo, y vi que había luna llena, y ya que yo nunca iba a olvidar nada de todo aquello, pensé que al menos podía hacer que él se acordase de mí cuando la viera.
“¿Sabes que no importa en qué lugar del mundo estés, la luna nunca es más grande que tu dedo pulgar?”
Los dos hicimos la prueba, guiñándole el ojo a las estrellas, y ahogando a la luna con nuestros pulgares. He de confesar que era algo que había oído, pero nunca comprobado, y sí, es cierto. Nunca es más grande.
“Ahora, siempre que haya luna llena te acordarás de mí”. O eso esperaba.
Entramos otra vez en casa porque hacía frío, y decidimos ver una película. Sabía lo que él quería ver, así que sólo tuve que decirlo; “¿te hace un Royal Battle?” “¿En serio?” “Sí, claro”. “Vale”.
Pusimos la película, y la vimos el uno junto al otro en el sofá. Él frikeaba como un crío pequeño, y yo me deshacía ante aquella imagen. Le adoraba cuando se emocionaba con algo. No le conocí con quince años, pero en esos momentos, siempre me parecía ver un rastro de aquel tiempo paseándose por la punta de su nariz. Un rastro del niño que tenía dentro. Y lo adoraba, de verdad que sí. Ojalá nunca lo perdiese, pudiera verlo yo o no.
Cuando la película acabó, eran cerca de las tres de la mañana, así que recogimos mínimamente aquel desastre de salón, y enfilamos hacia la cama. Pero, antes de apagar las luces y salir de allí, no pude evitar echar un último vistazo a la mesa cambiada de sitio, los cojines despatarrados… El escenario de besos, mordiscos, sonrisas y caricias… De verdad que nunca olvidaría nada de aquello.
Cuando llegamos a mi habitación, nos cambiamos, en silencio, con la confianza de quienes se conocen bajo cualquier iluminación. Entonces le dije que aún quedaba una cosa más. La última. Saqué la guitarra bajo su mirada entre curiosa y sorprendida, y abrí el ordenador, para poder mirar la letra que aún no me sabía. La epifanía del viernes por la mañana estaba dejando de parecerme tan buena idea. Dios, el viernes. ¿De verdad sólo habían pasado dos días? Sentía que aquel fin de semana tenía una vida dentro de sí.
Mira que me había mentalizado sobre el hecho de tocarle la guitarra, ¿eh? Pero en aquel momento me vino a la mente la mirada de unos ojos que me observaban con altivez y desprecio, y me entró miedo. Pues porque sí, porque además de lo pato que pudiera llegar a ser, no me sabía la canción, y joder, que no era cualquiera, que él era músico, lo quisiera o no iba a analizar cada movimiento y uf, qué agobio, ¿no?
Él me miró, y ya lo sabía todo. Cuando digo que nadie me conoce como él, no lo digo por decir. Nunca, nadie. Y no sé si volverá a pasar. No lo creo, la verdad. Me acarició el brazo y me dijo “eh, le has gritado a todo Madrid que me amas, me has escrito un libro… Esto no es nada comparado con todo eso”.
Y no pude evitar sonreír. Porque tenía razón. Y aquello no era nada comparado con todo lo que tenía pensado hacer. Estar ahí, sin ir más lejos. Mientras él no quisiera que estuviese. Y seguir ahí, cuando lo dudase. Y seguir ahí, por si quisiera volver. Y entre medias, volver a enamorarle. Volver a hacer que le brillasen los ojos. Volver a provocarle mi sonrisa, que quisiera abrazarme mientras dormíamos, que quisiera que me quedase a cenar un día, y al siguiente. Que me susurrase “quédate”. Sonreír, y hacerlo.
Y si estaba dispuesta a todo eso… Bien podía tocarle un par de acordes mal hilaos’.
Comencé a cantar, trémula, y sabiendo que estaba metiendo la pata en cuatro de cada tres notas, pero… Me di cuenta de que no me importaba. Y de que él me miraba muy dulce, como si… Me abrazase. Pero con los ojos. “I’ll love you ‘till the end”, rezaba la canción. La mierdecilla de canción, todo sea dicho. Pero él sabía lo que le decía, y ambos sabíamos que no había ninguna otra cosa que pudiera decir en aquel momento que fuera tan de verdad, nada. Y cuando susurré el último verso, le miré, con las mejillas encendidas, y vi que sonreía. Y guardé esa sonrisa. Aún puedo cerrar los ojos y verla, respirarla, casi rozarla… Eso se queda conmigo, para siempre.
Le prometí que le tocaría otra vez aquella canción… Bien tocada, se entiende. Él se rio, y me invitó a la cama. Antes de acostarme a su lado, buceé en el mapa de las estrellas de su espalda. Qué de lunares. Qué de constelaciones. Hubiera navegado durante mil vidas en aquel mar de piel.
Finalmente me recosté a su lado, y acaricié la línea de su mandíbula. La luz sobre nosotros nos iluminaba, y me estaba costando contener las lágrimas. Me dijo que si no iba a pasar frío durmiendo así, ya que no me había puesto parte de arriba. Le dije que no me importaba, que lo que quería era sentirle. También le conté cómo muchas noches me acurrucaba en un lado de la cama, cerraba los ojos y recordaba con total claridad las veces que me había abrazado en esa postura. Que casi podía notarle respirando en mi oído cuando me concentraba tanto. Y entonces él vino y me abrazó por detrás, y su delicioso aliento se arremolinaba en torno a un mechón de mi pelo. Me abrazó fuerte, largo. Queriéndome, hubiera jurado, de no saber lo que me esperaba en unas pocas horas. Y cuando casi había decidido que quería quedarme así para siempre, él me soltó.
Me giré y le miré largamente. En ese momento, él empezó a hablar. Y todo mi ser se debatía entre lo suave del murmullo de su voz, y las palabras que se me incrustaban como astillas.
“Marina yo… Te quiero muchísimo. Nunca he querido a nadie así, y por eso no voy a desaparecer. Siempre voy a estar aquí, y… No voy a poder olvidarte. Porque… Pues porque somos infinitos”.
Y entonces supe que no había nada que pudiera hacer para no llorar, así que no me importó. Me aferré a él como un náufrago a un trozo de madera, y rompía llorar, con todo lo que me desbordaba por dentro. Apagué la luz y le apreté fuerte, fortísimo. Sé que parece mentira, pero aquella noche me había prometido no llorar, sino disfrutar de cada sonrisa que él pretendiese cederme. Pero no podía. Al igual que la noche anterior, el pánico y la más absoluta de las desesperanzas comenzaron a absorberme, y no pude si quiera detener las palabras que abandonaban mi boca surcada de lágrimas “notemarchesnotemarchesnotemarches”. Él estaba en silencio, pero me apretaba mucho contra sí. Es extraño, porque notaba pequeñas sacudidas de su pecho. “Notemarchesnotemarchesporfavornotemarches”.
Llevé la mano hasta su pelo, porque siempre me tranquilizaba jugar con él, y no pude evitar deslizarla después hacia su rostro.
Estaba empapado. Él estaba llorando a mares, de ahí las pequeñas sacudidas. No podía creerlo, pero aquello sólo consiguió que yo llorase más profusamente. Por qué. Por qué tenía que marcharse. Por qué lloraba. ¿Lloraba por hacerme daño? No, eso no tenía sentido, él sabía perfectamente que me estaba arrancando el corazón al tiempo que se alejaba. Entonces… ¿Por qué? ¿Porque… Le dolía? ¿Porque por mucho que se marchase me seguía… Amando? Era consciente de que aquello era sólo lo que quería pensar, pero no podía evitarlo. No tenía derecho a llorar, joder. Si le dolía era por algo. Que no se marchase, coño, ¿acaso no nos veía? ¿Acaso no veía que ambos nos estábamos muriendo allí?
“No te marches. Si… Si te duele es por algo. No te marches”.
Únicamente me abrazó más fuerte, y las sacudidas de su pecho se intensificaron un segundo antes de parar.
Yo aún seguí llorando durante un rato, hasta que conseguí calmarme… Al menos por fuera. Porque por dentro seguía teniendo aquellos miles de cuchillos que me susurraban “mañana”. La próxima vez que abriese los ojos sería la última vez que lo hiciera a su lado. No podía pensar en aquello y querer seguir viviendo. Sencillamente… No podía.
Respiré su piel como había hecho miles de veces, y recé por un infarto aquella noche. Justo después de haber cerrado los ojos. Mientras seguía oyendo su corazón latir a mi lado. Sin ser consciente de absolutamente nada más que de sus brazos a mi alrededor.