sábado, 1 de noviembre de 2014

Manos entrelazadas.

Sus manos.
Espero que esté claro que de ninguna manera podía escribir esto, y no dedicar MÍNIMO una reflexión hacia ellas. Y si de verdad alguien lo pensaba, ese alguien no me conoce.
Sus manos. Llevo dos años admirándolas, y aún sigo encontrando cosas en ellas. Pequeños detalles, pequeñísimos, pero sorprendentes, y adorables en la mayoría de los casos. El otro día, por ejemplo, me fijé en que la línea de su mano derecha de la vida tiene más subidas y bajadas que una montaña rusa. Y pensé en la mía, que es muy corta.
Sus manos son grandes, muy grandes. Tanto que puede cubrir mi rostro con ellas. Y mi pecho. Son ásperas, y están llenas de callos. Son manos de guitarrista, pero precisamente por eso tiene un control milimétrico sobre ellas. Y sabe aplicar una fuerza que partiría un trozo de madera, o una presión tan liviana que parece el roce de una pluma. Son rápidas. Pero saben adaptarse a… Mí. Son manos muy masculinas. Y nunca nadie me había tocado como ellas lo han hecho. Con tanto mimo que parecía que temiese que me fuera a romper. Incluso cuando me ahogaba al hacerlo, se notaba que sus manos lo hacían con cuidado. Son las manos más ásperas que he tocado nunca, y las que más sentimientos han sido capaces de despertar en mi interior. Dejando a un lado el placer, me refiero a los sentimientos de verdad. Cuando me abrazaba, y sus manos me apretaban tan fuerte que parecía que querían pegarme a él. Cuando jugueteaban con mi pelo. Cuando levantaban mi barbilla para conducir mi boca hasta la tuya. Cuando sujetaban mi mano para darme un beso de esos de caballero antiguos en el dorso de ésta, sin apartar sus ojos de los míos. 
Siempre me ha fascinado verlas tocando a la guitarra. Espero no sonar egocéntrica, pero creo que la manera en la que la acariciaban a ella sólo era comparable con la manera en la que me acariciaban a mí. A veces parecían una araña sobre el mástil, pero a veces parecían un amante acariciando a su amor. Más de una vez me he quedado embobada viéndolas moverse, desenvolverse, hacerse uno con la guitarra. Si esas manos no están dedicadas a crear música, que venga Naruto y lo vea. 
Pero si hay algo que adoro más que juguetear con sus manos, embobarme con ellas, y descubrir nuevos detalles, es que me coja de la mano. Ir de la calle, sólo cogida de su mano, se ha convertido en uno de esos pequeños placeres que uno necesita para ir tirando en esta vida. Y si ya era una noche de verano, o una tarde de otoño… Pues “pequeño placer” se le queda bastante corto. 
Mi mano en la suya, pequeñita, pero firme, cuando él me apretaba, o dibujaba pequeños patrones sobre mi pulgar... A veces es todo lo que me hace falta. 
Temo en lo más profundo de mi ser que llegue un momento en el que tenga que caminar a su lado sin darle la mano. Sé que puede parecer estúpido pero es como... Mi punto de apoyo. El cable de metal que me une a la tierra, que hace que todo siga en su sitio cuando nada más lo está. 
Ojalá nunca llegue ese día. 
Ojalá sus manos no me suelten.

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