Tras un batido en el Tommy Meals, aka, nuestro restaurante, llegó el momento de volver a casa, aunque por poco tiempo, ya que después iría a la suya.
Mientras cenaba, empecé a rallarme. Mucho (y el texto que sigue a este capítulo lo demuestra). Pero traté de apartarlo todo de mi cabeza, y, al menos por aquella noche, relajarme y disfrutar de nosotros.
Les había dicho a mis padres que me iba a casa de la bonita de María, y, por primera vez en toda la historia de la humanidad, mi padre se ofreció a llevarme en coche en vez de dejar que fuera en metro. Me acordé de todos sus ancestros, ya que él me había propuesto venir a buscarme a casa (cosa que adoro). Y debido a su faceta de vagueza máxima, mi sorpresa fue mayúscula cuando se lo comenté y me dijo "pues te voy a buscar allí". También fue mayúscula la emoción que me hizo (si, aunque fuera una tontería).
Rápidamente apañé las cosas con María, que accedió a bajar a buscarme para dar veracidad a mi historia, monté en el coche, y mi padre condujo hasta su casa.
Ella me esperaba en la puerta, y sólo cuando me achuchó me percaté de cuánta falta me hacía un abrazo de esos.
Una vez que mi padre se hubo marchado, caminé con María hasta la parada de bus, charlando. Le conté por encima cómo estaba todo, y me dijo que no entendía nada, pero que se alegraba por mí. Lo cierto es que la entendí, porque yo me sentía un poco igual.
Al fin llegamos hasta donde él me esperaba, y cuando María se hubo marchado, me dio un beso... Muy dulce. Suave, con mimo. Sí, también adoro esos besos.
Montamos en un bus que nos llevó hasta su casa, y una vez allí, y después de saludar a su madre (a la cual considero super cuqui), subimos a su habitación. La cantidad de sentimientos encontrados que me sacudieron fue brutal. Habían pasado tantísimas cosas allí... El corazón se me encogía sólo de pensar en no volver a aquel lugar, o en volver estando yo en otro lugar.
Comenzamos a hablar, en su cama, como tantas otras veces, pero en aquel momento, había algo en el aire, algo subliminal que los dos oíamos, como un ruido sordo, cada vez más alto.
Y de repente un beso. Dos. Tres. Sus manos. Su pelo. Su olor, debajo de aquella colonia. Su piel, tan caliente... Hacía demasiado desde la última vez que me había tocado así, y lo necesitaba, lo necesitaba más que respirar.
Estaba encima mía, y yo encima suya, su boca, mi clavícula, mis manos, su espalda... Ya no sabía dónde empezaba uno y dónde terminaba el otro. Y me daba igual, porque sólo quería más y más.
Fue brutal. Sin más. Siempre he sido de ese tipo de personas que piensan que sin un buen sexo una relación termina por estancarse. Y cuando cayó rendido encima mía, mientras yo aún vibraba del cacho de orgasmo que acababa de tener, una vez más no pude evitar que pensar que ojalá siguiera teniendo de aquello durante muchos, muuuuuuuchos años.
Estuvo cinco segundos en la cama antes de levantarse, buscar su ropa interior y coger la guitarra. Todo aquel tiempo había estado sonando Gary Moore, pero en aquel momento concreto, había puesto un live en el que tocaba "still got the blues". Comenzó a improvisar con los bluseros del ordenador, y yo me recosté sobre la cama para escucharle.
Cuando creí que había terminado dejé caer un "sonaba bien" y el me replicó "estaba improvisando para ti". Y yo seguía sin entender nada, pero sentía que me derretía.
Le apetecía una segunda cena, así que bajamos a por ella. Me puse su camiseta de Metallica, y nos sentamos en el sofá, él con el plato y yo picoteándole. Decidimos poner Hook, porque Robin Williams acababa de morir, y porque es una peli que nunca viene mal cuando hay sobredosis de realidad y escasez de esperanza.
Mientras la peli se cargaba (porque tardó, la jodía'), charlábamos. Recuerdo un momento en el que la conversación se derivó hacia zonas pantanosas; un "no te lo tomes a la ligera porque no sé si tiene arreglo o no" que me heló la sangre en las venas, un "no le quites importancia a todo esto" que me la congeló en las arteias y un "yo no había planeado en absoluto las cosas así", que hizo que el corazón se me convirtiera en un puño helado.
Pero entonces empezó la película y se tumbó sobre mis piernas, mientras yo le arrascaba y sus piececitos se movían, tan adorables como siempre. Le dije que si tenía calor, y me contestó que no importaba, que quería sentirme. El corazón se me descongeló un poco, aunque el miedo me seguí vibrando en los vasos sanguíneos.
Durante la peli, nos separábamos el uno del otro porque hacía mucho, MUCHO calor, pero siempre de una manera u otra, volvíamos el uno hacia el otro. Hubo un momento en el que me dormí. Demasiada presión, demasiados nervios, demasiadas noches de trabajo y miedos desenfrenados. Y, de repente, estaba en mi cabeza, y él me decía que se había acabado, que no había más vuelta de tuerca. Una y otra vez. Abrí los ojos aterrada, tratando de escapar de aquella visión como fuera y... Él estaba ahí. Mirándome, con una expresión que no supe descifrar. Alargué las manos hacia él y vino conmigo. Me preguntó que qué me pasaba, y fue entonces cuando me di cuenta de que estaba llorando. Mascullé algo que sonó parecido a "una pesadilla", y le abracé todo lo fuerte que pude y más aún. Habría aceptados las pesadillas para todas las noches que me quedasen viva si él estuviera ahí para abrazarme cuando tratara de escapar de ellas.
Cuando la película estaba a punto de terminar (¿o lo había hecho ya?) le dije que quería volar. Me dijo que eso no se podía, y yo empecé a subirme al respaldo del sofá, intentando mantenerme en perpendicular a él, mientras decía "¡miraaa, sí que vuelo!". Obviamente, al segundo siguiente estuve a punto de matarme, cosa que me desilusionó mucho, porque realmente quería haber volado. Pero él me dijo "ven, que vas a volar". Colocó sus piernas debajo de las mías, me cogió por la cintura y de pronto... Volaba. Sobre él, realmente suspendida en el aire. No pude evitar un gritito de excitación, y disfrutar como una cría pequeña. Él sonrió, y me bajó (porque, por mucho que no quiera admitirlo, peso lo mío), pero después de un rato volvió a cogerme. Y otra vez. Y yo no podía parar de sonreír ni de reír, al ver cómo se le curvaban hacia arriba las comisuras de esa boca tan bonita.
Al terminar la película nos dimos cuenta de que prácticamente se nos había ido la noche, así que subimos a su habitación. Hacía mucho calor allí dentro, así que me quedé sólo con las braguitas para dormir. Un par de besos, un par de caricias. No recuerdo muy bien aquel momento, porque lo cierto es que estaba realmente cansada, pero lo que sí recuerdo con meridiana claridad, es mi mano sobre la línea de su mandíbula, su mano sobre mi muslo, y a ambos riéndonos de algo que alguno había dicho. Dormirnos riéndonos, el uno junto al otro.
Creo que es uno de los recuerdos más bonitos que tengo de nosotros.
*****
A la mañana siguiente sonó el despertador, y lo apagué lo más rápidamente posible. Lo cierto es que lo había puesto un poco antes para poder mirarle mientras aún dormía (porque una simple alarma jamás sería capaz de despertar a semejante marmota).
Siempre me había fascinado dormido. Era como si el sueño le quitara años de encima, y asentara una calma absoluta sobre sus rasgos. Era increíblemente dulce cuando dormía. Y en aquellos ratos, que en realidad eran más míos que nuestros, volvía a enamorarme otro poco de él.
Seguí mirándole y acariciándole hasta que se hizo la hora de despertarse de verdad, por lo que empecé a darle besitos y a hablarle suavemente. Su mecanismo de autodefensa contras los despertares me decía que sí, pero yo sabía que no era consciente de lo que pasaba, así que subí un poco las persianas. Amigo, ahí sí que empezó a parpadear y a odiarme un poco, pero me había quedado demasiado tiempo mirándole y ahora había prisa, así que empecé a hacerle cosquillas. Al principio suavecito, hasta que le hinqué los dedos en las costillas, y pegó un brinco que le dejó sentado en la cama. Me acerqué a darle los buenos días, y me apartó la cara, enfurruñado. Le pregunté qué pasaba, y entre sus gruñidos entendí que cosquillas por la mañana no. Tuve que aguantarme la risa. Joder, es que era tan adorable que no podía menos que rendirme a él por las mañanas.
Bajamos a desayunar, y nos preparamos uno de esos tanques gigantes de colacao que eran tan suyos como esa carita de sueño que no se le quitaba hasta un buen rato después de haberse levantado. A continuación, subimos a vestirnos, y fuimos dando un paseo hasta mi casa, bajo el sol de la mañana, con una brisa fresquita y su mano en la mía.
Cuando llegamos a la puerta de mi patio, me dio un beso. Y yo le di otro. Y sabía que le vería a la hora de comer, pero me costaba irme. Normalmente se quedaba en la puerta esperando hasta que yo quedaba fuera de su vista, pero me dijo que aquella vez no lo haría. Yo le contesté que no pasaba nada, porque en realidad tardaban lo mío en atravesar el patio entero. Pero... No pude evitar que se me encogiera algo por dentro.
Sin embargo, comencé a andar, y cuando me giré... Seguía ahí. Me sorprendió. Y me gustó aún más. Caminé otro trecho, volví a girarme, y seguía ahí. Y la sonrisa que me sacudió salía de muy dentro.