Correrse llorando no es plato de buen gusto. Tampoco escribir estas palabras en el reverso de la hoja en la que esbocé el viaje que haríamos juntos.
Volverme un robot nunca fue mi intención, pero ya hasta el aire me parece innecesario. Y lo más humano que me queda son los recuerdos que me hacen querer desaparecer. Y el agujero en el pecho que me asegura que sigo aquí.
Tiendo a sujetarme muy fuerte las costillas, porque siento que en cualquier momento caeré hecha pedazos. Me río de los que hablan de dolor psicosomático cuando pierdes algo que te importa; esto es mucho más real que un puñetazo, y mucho menos gratificante, porque no hay nadie a quién devolvérselo.
Ni lo habrá nunca. Porque el que me agujerea el pecho es el único capaz de taponarlo. Oh, y parece ser que el tiempo, según dice todo el mundo. Pero la verdad es que no les creo. Porque le sigo amando con todo mi ser, y mientras eso no pase, lo demás no sanará. Como mucho, aprenderé a vivir con ello. Porque este amor sí que es más real que un puñetazo, más incluso que un camión de 6000kg pasándote por encima. E igual de mortífero.
Todo era más sencillo cuando mis amores eran platónicos.
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