Recuerdo la primera vez que recé, porque hace un mes escaso de ello.
Estaba en la cama de la habitación de la playa, ese lugar al que espero no volver nunca más, y las pesadillas me impedían dormir, pero el día de trabajo exhaustivo me impedía hacer nada que no fuera mirar por la ventana.
Las estrellas estaban bonitas. Como velitas encendiendo un cielo poblado de oscuridad, como marcando el camino para alguien que andase perdido.
Alguien como yo.
Alguien como yo...
Cuando quise darme cuenta, estaba hablando alas estrellas. Les hablaba de ti. De cómo andabas cuando pensabas en tus cosas. De cómo tu mano se cerraba alrededor de la mía cuando paseábamos. De cómo tu sonrisa podría encender una noche tan oscura como aquella.
Recordé la película de Tiana y el sapo, en la que Charlotte, pedía a las estrellas un príncipe, y Tiana, su restaurante. Y no pude resistirme. Susurré ese "porfa, porfa, porfa" con todo mi ser, y pensé en ti. Un par de lágrimas se me escaparon del precipicio de mis ojos. Si realmente hubiera alguien escuchándome que tuviera la capacidad de cambiar las cosas, le daría mi alma gustosa a cambio.
Y, por segunda vez aquella noche, cuando quise darme cuenta había entrelazado mis dedos, y hablaba... Con Dios.
Le dije que no estaba segura de no estarme volviendo esquizofrénica, pero que necesitaba hablar con alguien. Que entendía que no quisiera escucharme, porque no soy precisamente una santita, pero que había oído por ahí que predicaba el perdón. Le conté cuánto te echaba de menos, y me sentí culpable. Había guerras, hambre, muerte, y yo allí, pidiendo que tú me quisieras. Pero de verdad que no era ningún capricho. Te habías convertido en algo... En parte de mí. O yo en parte de ti, a saber. Pero en algo necesario, en cualquier caso. Y eso es lo que traté de explicarle al de arriba.
Cuando terminé, me di cuenta de lo que estaba haciendo, y de que, una vez más, habías tirado por tierra todos mis principios. Y, finalmente (y para mi sorpresa), entendí a Dios.
En serio, nunca había entendido esa necesidad humana de un alter ego todopoderoso y prometedor de un paraíso, pero aquella noche, suplicando por tu amor, lo entendí. Entendí que cuando la desesperación alcanza ciertas cotas, sobre todo en situaciones en las que una persona está atada de pies y manos, el ser humano necesita encomendarse a algo, sentirse respaldado, acompañado. Y entendí que aquella desesperación era, muy probablemente, el plato de cada día de muchísimas personas. Y entendí a Dios. El concepto de Dios. Considero la fe un don muy escaso. Seguro que hay afortunados que son capaces de creer en algo sin ningún tipo de aliciente o necesidad, pero me da la impresión de que la mayor parte de los creyentes, cristianos, y de casi todas las religiones, lo que tienen, más que fe, es esa necesidad psicológica de un pilar en el que apoyarse para no ahogarse en sus desgracias.
Y ahí me tenías, usando un pilar que sabía que no existía, pero deseando a más no poder que fuera realmente cierto, todo, por mi desesperación.
No he vuelto a rezar, ni volveré a hacerlo. Pero tampoco volveré a juzgar tan a la ligera a alguien que lo haga.
Puede que, en alguna parte, tengan a alguien como tú, y no puedan resistirse a pedirte a las estrellas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario