jueves, 28 de agosto de 2014

Capítulo 7.

Me desperté, y lo primero en que pensé fue en él. Aquella noche me había costado más de lo normal dormirme, y esto casi segura de que se debía a que no estaba cerca de su respiración.
Pero habíamos quedado para ir a la piscina esa mañana, así que moví el culo, me puse un bikini, y eché a andar hacia su casa.
Cuando llegué, tuvo que abrirme su madre, porque él seguía dormido y sin batería en el teléfono, pero cuando llegué a su habitación, toda envuelta en penumbra, no estaba por ninguna parte. 
Dejé las cosas en el suelo, y apareció por la puerta. Debía de haberle despertado al llamar al telefonillo. Tenía una carita de dormido... Sé que lo he repetido hasta la saciedad, pero cómo adoraba aquella carita.
En cuanto la vi, supe que aquella mañana no iríamos a la piscina. Nos tumbamos en su cama, y me abrazó fuerte contra él, al tiempo que se encogía y se hacía un burruño. Definitivamente, no saldríamos de allí.
Comencé a arrascarle, y al principio le salió con el típico "para, no hace falta", pero a los dos minutos se regodeaba y movía los piececitos. Lo cierto es que sólo le faltó ronronear para convencerme de que era un gatillo, aunque ya hubiera dejado claro que podía ser pistola.
Su cabeza estaba en mi pecho, y olía su pelo, como siempre, sin colonias ni nada por el estilo. Tenía mucho calor, pero ni por un millón de euros hubiera movido un  ápice de mi cuerpo en aquel momento. De hecho, de haber podido, me habría quedado así para siempre.
Y le vi tan dulce, tan expuesto, tan confiado en mis brazos, que sin querer comencé a cantarle. Sin emitir ningún sonido, para no despertarle. Le canté todas aquellas canciones que expresaban mis sentimientos como si yo misma las hubiera escrito. Las que el hubiera confesado que canté y las que no, todas. Y, de repente, levantó la cabeza y abrió medio ojo para mirarme. "¿Qué dices?" "Nada, nada. Lo siento, no quería despertarte".
Entonces se giró, dándome la espalda, pero cogió mi pierna y la puso sobre su cadera. Aproveché para quitarme la camiseta y apretarme contra él. Siempre me habían fascinado las líneas de su espalda, por mucho que él dijera que era muy delgadita y bla bla bla. Así que comencé a seguirlas con las yemas de mis dedos, suave, casi sin rozarle. Quería decirle tantas cosas... En algún momento iba a explotar. Pero sabía que hacer eso podía joder aquella especie de tregua que tanto me había costado, así que... Decidí escribírselo. Y le escribí, por todas partes, con tinta invisible y salada de mis ojos. En los hombros, en los brazos, en la nuca, en la espalda y vuelta a empezar. Todo aquello que me quemaba en los labios "ámame", "no te marches", "cree en nosotros", "puedo sacarnos de ésta", "no me hagas vivir sin ti"... "Te amo". Eso último lo escribí muchas veces. Tantas que al final mi mano se movía sola. Y sólo cuando sentí que el brazo se me iba a caer de tanto mantenerlo en alto, paré.
Comencé a darle besitos por la espalda, y subí medio milímetro la persiana, pero fue suficiente para que se girara y me dijera que la bajase. Le repliqué que quería verle, y lentamente fui descendiendo con los besitos por su pecho, por su tripa, hasta llegar a ese lunar que me pierde y que a veces le arrancaría de un bocado. Y descendí más, hasta que fue todo mío. Todo. Y cuando le tuve más a mi merced que nunca, probé algo nuevo. Porque reinventarse es sobrevivir, y yo estaba por tatuarme aquella palabra en la frente. De lo rápido que fue el efecto, resultó casi cómico, pero sobre todo fue gratificante, por el hecho de poder provocarle esas cosas. Deseé poder hacer lo mismo con su corazón.
Subí a su altura, y le besé. Le besé mucho. Y después me quité la parte de arriba del bikini, porque el nudo que se me clavaba en la espalda me estaba matando. Nos quedamos así, tumbados, mirándonos, hablando de vez en cuando. De repente, oímos la voz de su madre, y me dijo que me tumbara boca abajo. Y, efectivamente, al segundo después, su madre entró en el cuarto diciendo que era hora de comer. Se escandalizó un poco al ver mi espalda desnuda, pero se marchó muy discretamente.
Le dije que tenía que marcharme, y sorprendido me preguntó "pero ¿no te quedas a comer?". "No, ¿te dije que me quedaría?". "Ah, no sé, pensé que te quedabas, jo", y un mohín de fastidio que acompañó a esa frase.
Puede que sea una tontería, puede que no, pero el hecho de ver que le hubiera gustado pasar más tiempo conmigo encendió cada luz del planeta en mi cabeza. Hizo mi día. 
Me volví a vestir, y me acompañó hasta la puerta, en donde se miró al espejo (sí, es más presumido que la reina mala de Blanca Nieves, pero tampoco le culpaba; yo me pasaría el día entero mirándole). Me besó suave, y me acarició el pelo. Le pregunté si le vería aquella noche, y asintió. Le besé una última vez, y me dirjí a la calle. Antes de cerrar la puerta del jardín, me giré y le vi en el quicio de la puerta, como siempre.
Ojalá ese siempre en futuro llegara a ser realidad. Cerré la puerta y me fui.

No hay comentarios:

Publicar un comentario