viernes, 12 de diciembre de 2014

Limitless

Un parpadeo. Un latido. En la sien. 
La cuesta arriba de siempre, más empinada que nunca. Encontré un banco, porque mis piernas se negaban a sostenerme sin él, y encendí un peta, porque mi mente no era si quiera capaz de procesar el estado de muerte cerebral en el que me encontraba. 
Y fumé. Y fumé aún más. Y me tumbé sobre el banco, a pesar del frío que hacía, porque sabía que si echaba a andar no conseguiría avanzar más de unos metros. Y miré al cielo y grité en silencio. Era casi de noche, y las primeras estrellas se asomaban. Nunca pensé que tendría tantas ganas de morir. De verdad que lo deseaba con toda mi alma. Deseaba poder moverme y saltar en el camino de un coche. Que llegase un pirado de los de Mentes Criminales y me acuchillara 47 veces. Que un meteorito piadoso cayera de alguna parte del universo y terminara con todo aquello en una explosión ignífuga que durase apenas unos segundos.
En realidad, el espectáculo era bonito. El cielo estaba justo en esos diez minutos azules. Me convulsioné ligeramente ante el mero hecho del recuerdo de algo que tú me habías contado. Ya ni siquiera podría mirar el cielo. Ni al anochecer, ni cuando la luna me guiñara una sonrisa desde la vasta oscuridad. Era tuyo. Todo, todo había terminado siendo tuyo. Desde el calorcito del sol hasta la última célula de mi cuerpo.
Y ya. Nunca. Más. 
Mandé el silencio a tomar por el culo y grité de verdad. Hondo, hasta que sentí que los pulmones me estallaban. Esperar algo no significa que estés preparado cuando llegue. Ni ser capaz de hacerle frente. Ni ser capaz de sobrevivirlo. 
Di otra calada, y noté que no quedaba casi nada. Me dispuse a aplastar aquella colilla contra el suelo, y de repente estaba embelesada observando el extremo candente, las cenizas, encendidas como la mirada de un demonio. Cómo algo podía ser tan efímero y tan devastador. Cómo podía verte a ti en ese mini universo de autodestrucción. 
No voy a mentir, estuve a punto de presionarlo contra mi mano. Para que algo me sacara de aquella tumba en la que me estaba hundiendo despacio pero sin posibilidad de  retorno. Pero no lo hice. Porque ante todo estabas tú. Ya te había decepcionado muchas veces, y no iba a volver a hacerlo. Iba a ser fuerte. Como nunca en la vida. Como nunca nadie. E iba a conseguirlo, que para saltar a la M-30 siempre había tiempo.
Pegué otra calada, y me quemé la garganta, porque quedaba demasiado poco, y ya había más ascua que tabaco o droga. Y pensé que mi vida se iba a parecer mucho a eso. A apurar tanto y tan al límite que llegase a quemarme. A arriesgarme tanto que llegase a abrasarme. 
En la turbulencia desorientada de la neblina funeraria que me envolvía sonreí.
Aquello no había acabado. 

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