viernes, 12 de diciembre de 2014

Lugares.

¿Recuerdas aquel fin de semana en el que hacía dos años que nos conocimos? Recuerdo que me quería morir. Recuerdo que aquella noche terminé en tu casa, pero que por la mañana yo eso no lo sabía. Esas noches, en el principio del fin me salvaban la vida. Una y otra vez. Lo siguen haciendo, pero ya nada es igual, así que tampoco lo son ellas.
Pero que me aparto.
Aquella tarde yo… No podía. Habían pasado dos años, y no estabas. Y qué hacía yo sin ti, en serio.  Qué puto sentido tenía nada de todo aquello.
Necesitaba sentirte.
Así que fui a buscarte. A todos los lugares que se me ocurrieron. Fui a buscarte a aquel banco del Capricho, pero dolía tanto que pasé una hora en el suelo, tratando de controlar aquella sensación de ahogo que me quemaba por dentro. Pero antes de marcharme, quise dejar algo nuestro allí. Y grabé ese “Tú+yo=<3” en el respaldo. Por si a algún idiota se le ocurría tratar de usurparnos en presente, pasado o futuro. 
Fui a buscarte a mi puerta en Miami. Miré durante mucho rato la inscripción en la placa de metal. Y más aún el hueco que solíamos ocupar, yo contra la puerta, y tú a dos centímetros de mi nariz. 
Fui a buscarte al parque Titanic, pero allí dolía demasiado también. Aun así subí al tobogán, y te soñé Jack, una vez más a mi espalda. No he sido capaz de volver allí, y no será por no haberlo intentado. 
Fui a buscarte a la  Quinta, y me perdí yendo a ese pequeño huequito al que fuimos desde el principio. ¿Sabes cuál te digo? El que es como una montañita rodeada de ladrillos. Es una tontería llegar, ¿a que sí? Pues me perdí. Probablemente es sólo que tenía demasiadas cosas en la cabeza, demasiado humo en las venas, y demasiadas lágrimas en los ojos, pero el caso es que terminó siendo una metáfora fantástica de mi vida. Ni siquiera podía llegar al sitio más fácil del mundo. No sin ti, al menos. También pasé mucho tiempo allí. Estaba empezando a refrescar, pero no me importaba. Observé como el último sol bailaba con las sobras de los árboles, y nos vi allí, críos, con tu guitarra, entre besos, y si normalmente le tenía asquito a lo de madurar, en aquel momento deseé no haber crecido nunca. 
Fui a buscarte a la boca de metro de Suanzes, recordando todos aquellos momentos en los que me habías venido a buscar. Siempre venías a buscarme. Eso también lo echo mucho de menos. 
Bajé aquella cuesta infinita buscándote, viéndonos crecer a medida que avanzaba, de la mano, sin callarnos, entre mordiscos y risas, y besos tan suaves que parecían el roce de un pétalo. 
Fui a buscarte al Domino’s donde habíamos cogido unas dos millones de veces aquella pizza barbacoa para morirnos de gusto en tu azotea. Y enamorarnos un poquillo más. 
Fui a buscarte a las salas de Kronos, recordándonos en tus primeros conciertos, en los segundos, y en los terceros. En aquel en el que no estábamos juntos, y tú casi te mueres con “Seize the day” y yo casi me muero con “Eat you alive”. En aquella empresa con los escalones de mármol en la que conociste a mi padre por primera vez. 
Fui a buscarte al Vistalegre. Aquellos conciertos contigo eran una de las cosas que más me gustaban. La música y tú, siempre de la mano, incluso dentro de mí. Nos vi dentro de un tipi humano en aquel noviembre tan, tan frío, y emparedados en una pared humana en aquel ____ no tan frío. Hay un recuerdo… Cuando llegaste a la cola del concierto de Fallo ut boy, yo te esperaba sentada, y justo cuando me giré en tu dirección, el sol te caía de espaldas, recortando tu figura, envolviéndola en un halo dorado. Me pareciste mi Adonis personal. Pero en realidad no fue ninguna sorpresa, ya sabía yo que tanta perfección no podía entrar en un mortal. 
Fui a buscarte al centro, a todos aquellos paseos en invierno, con mis gorritos y tu anorak de michelín. Al teleférico, a plaza, al mirador de la Dalieda, a la Gran Vía, al Fnac. Y finalmente mis pasos fueron, prácticamente solos, hasta el lugar donde empezó todo.
Cuando me vi frente a la puerta del Independance, me caí de rodillas. Queda muy teatral, muy peliculero, ¿no? Pues no veas lo que duele. Pero mis piernas se negaron a sujetarme por más tiempo… Y tú no estabas ahí para evitar que me cayese. 
Aquella tarde saltó la chispa que inició un incendio que ninguno de nosotros hubiera podido prever. En aquel lugar. Aún recuerdo el sol tibio, y María ayudándome a cambiarme de camiseta. Cómo miraste en mi dirección, y te giraste rápidamente al ver que me estaba desnudando. La oscuridad fosforescente, cómo se me erizaron los pelos de la nuca cuando me susurraste  “¿qué pasaría si te besara?”. 
Cerré los ojos y dejé que los recuerdos me sacudieran. Cuando los abrí, había una chica a mi lado preguntándome si me encontraba bien, y sólo entonces me di cuenta de que estaba llorando a mares. Asentí y se marchó. 
Lo recuerdo todo. Cada segundo. Cada plana. Y, aunque siempre exista la posibilidad, lo que me impide vivir es la certeza de que vaya a acabar.

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