sábado, 13 de diciembre de 2014

Yo también te espero.

A veces me permito esto, escribirte estas tonterías.
Lo hago sólo por imaginar esa cara de loco a punto de llorar que se te queda cuando ves mi nombre en el remite de tus cartas. Imaginarme cómo saltas sobre el buzón, y cómo te dejas caer en el sofá mientras lees todo esto, sonriendo nostálgicamente. Tocándote la tripa como antes solía hacer yo.
Empezaré como suele empezar todo el mundo en las cartas; ¿cómo estás campeón?
Sonaba mejor cuando tu respuesta era inmediata acompañada de un abrazo, pero no importa, siempre he sabido esperar. Nunca dejé de esperarte, así que esperaré un; "todo genial, preciosa" a mediados de la semana que viene; cuando entonces sea yo la loca que se abalanza sobre el buzón.
¿Sabes qué? No sabía lo que era echar de menos. Hasta el día en que te fuiste y me vi obligada a empezar a hacerlo.
No a ti, sino a todas esas pequeñas cosas que te hacían algo gigante en mi vida.
Ya nadie se toma la molestia de levantarme a gritos. Si supieras que ya no queda nadie que se atreva a llevarme la contraría. Como si pudiese yo sola con todo este peso.
Qué mundo más absurdo este sin que me obligues a ver todas esas películas sin sustancia que a ti te gustan, y a dormir mirando hacia tu lado.
Espero que la pobre ignorante que te acompañe aprenda a decirte que no, con la misma facilidad con la que yo aprendí a decirte que sí.
 No te asustes. Todo lo que te odio es sólo una pequeña parte de lo que te quiero. Todo este rencor no llega ni al primer escalón de todos los recuerdos que me hacen escribir esta carta.
Te sigo esperando, sentada en Madrid. Con un café ardiendo en las manos y la nariz rojo nieve.
Te sigo esperando, no esperes que se me olvide.
Te sigo esperando
que no se te olvide.


"El sexo de la risa",  Irene X.



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