domingo, 5 de octubre de 2014

Capítulo 18.

El sábado llegó, y yo no había dormido. Nada. Y no sentía la necesidad de hacerlo. Los ojos me ardían, sí, pero el resto del cuerpo estaba helado. Congelado.
“Creo que no quiero arreglarlo”.
Cómo podía no querer arreglarlo. Si de verdad me quería, y sabiendo lo alucinantes que podíamos llegar a ser, ¿cómo podía no querer arreglarlo?  ¿Cómo podía tenerlo tan claro como para decírmelo? ¿Cómo…? Tenía tantos cómo en mi cabeza que creí que me estallaría. 
Me monté en el coche tratando de mentalizarme de la actuación que iba a tener que llevar a cabo no más pusiera un pie en mi pueblo. Si mi abuela me veía así, el lío en el que podía meterme no tenía desperdicio. Busqué algo en mi ipod que me alejase de sus palabras, y no encontré nada; o estaba demasiado vacío, o tenía tanto significado que me desbordaba. Al final me decidí por "Here’s to us", no por nada, sino porque tenía que interiorizarla para tocársela, y lloré, lloré en el coche al oír las palabras de Lzzy, rezando que lo que se hiciera realidad fuera mi versión de la canción, y no la suya. Estuve todo el viaje escuchándola.
Cuando llegué a casa de mi abuela, fui al patio, y me quedé allí, parada, respirando el aire lleno de árboles, y deseando convertirme en una hoja, para irme con el viento, y dejar de desearme irme con él.
Suspiré y me senté a trabajar, ya que aquel finde tenía mucho, mucho trabajo por delante, porque tenía el proyect B atrasadísimo. Algo más tarde de la hora de comer, él me habló, y me dijo que le habían pillado la droga. Pensé que se refería a la droga que él tuviera guardada por ahí, le pregunté qué le habían dicho, y no me respondió. De hecho, no volvió a hablarme en todo el día, así que me entregué 100% al trabajo. 
Terminé todos los objetivos que me había marcado, y alguno más, y me sentí bien conmigo misma en bastante tiempo. Luego me acordé de él. Y me hundí. Toda mi familia a excepción de mi hermana había salido, así que me permití no ser fuerte durante cinco minutos. Me hice una bolita, y me balanceé sobre el banco, y de repente estaba llorando. Y una vez hube empezado, me di cuenta de que no podía parar. Llevaba tanto tiempo aguantándome una y otra vez, porque no me vieran mis padres, por no arruinar la tarde a mis amigas, por ser fuerte delante suya... Entonces fui consciente de cuánto tiempo llevaba aguantando, y de que no quería seguir siendo fuerte. Que lo único que quería era que alguien me abrazara, y me dijera que todo iba a salir bien. Y ese fue el momento en el que vino mi hermana, y me abrazó, y me dijo que todo iría bien. Y me di cuenta que, si bien adoraba a mi hermana y valoraba muchísimo que hubiera estado todo aquel tiempo conmigo, lo único que me habría calmado realmente en ese momento habría sido todo aquello… Viniendo de él.
Aquella noche le hablé con el teléfono de mi padre, para desearle que lo pasara bien mientras salía con asdhakfgewlu y las buenas noches. Me dio las gracias y me contestó que igualmente. De verdad que hubiera preferido que me pegara un bofetón, que me gritase, preferiría todo aquello antes que esa indiferencia, fría, horrible, como si estuviera a miles de kilómetros de mí. 
A pesar de estar de empalme, no podía dormirme. Di vueltas, y más vueltas, y más vueltas. Su voz resonaba en mis oídos, y su hueco a mi lado parecía una tumba en la que tenía que hacer equilibrios para no caerme. Finalmente, hacia las tres o las cuatro de la mañana caí sin remedio, entre un mar de lágrimas y precipicios.
El domingo me desperté, y seguí trabajando. El entusiasmo del día anterior había sido sustituido por un hastío que partía de la sensación de que nada iba a servir en absoluto. La desesperación me ahogaba, y no podía ver nada que no se volviera negro. 
Fui a la casa de mi otra abuela, y allí el paripé fue peor, porque al estar mis primos pequeños, tenía que implicarme más. Aunque, por otro lado, me entretuvieron durante un rato. Pero nada era capaz de sacarle de mi cabeza, así que me vi envuelta en las sombras al poco tiempo de haber llegado. 
Sobre las tres me habló, y me contó que casi le matan por lo de la droga, y que iba a cenar con su familia en vez de conmigo. Seguí hablando con él y me soltó que si me daba igual. Le dije que no, que de hecho, había pensado en decirle a su madre que la droga era mía. Y entonces fue cuando lo soltó; “eso ya lo saben, no son tontos”.  Me quedé en estado de shock. ¿Mi droga? Pero si yo me lo había llevado todo, ¿qué droga mía había en su casa? Pensaba que habían encontrado la suya. “Han visto la colilla y que les faltaba un mechero, y tú eres la única que viene a mi casa, no son tontos”. Joder, en serio que nada podía salirme peor, ¿verdad? No sólo no estaba consiguiendo nada, sino que además estaba haciendo que todo se jodiera más y más. Y encima su familia me odiaba. Me dijo que no hablara con sus padres, pero pensaba hacerlo de todas las maneras, al menos con su madre. Ella siempre había sido muy buena conmigo, y odiaba haberla decepcionado. En realidad no creo que la importara tanto como para llegar a decepcionarla, pero se entiende la idea. Y además él no me había entendido en absoluto, porque lo que había pensado hacer era salir en su defensa cuando pensaba que la droga no era mía. 
Encima me propuso que la noche la pasáramos con unos amigos suyos, en vez de los dos solos. Y encima iba a llegar tarde, porque tenía que hacer una matrícula. ¿Se podía llegar a casa a las doce de la noche por tener que hacer una matrícula? Le dije que no me mintiera, y me contestó que no lo hacía. Decidí creerle, porque si perdía mi confianza en él, ya no me quedaría nada.
Joder. Sentía que todo se hundía por momentos, y yo no tenía manera de mantenerlo a flote. Y que el peso me hundía a mí, y él se quedaba arriba, en la superficie, mirando hacia delante, olvidándose de mí. 
No podía esperar a llegar a casa, y silenciar mi cabeza, porque lo único capaz de conseguirlo eran sus manos. 

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