martes, 28 de octubre de 2014

Capítulo 22.

El jueves amanecí muy pronto y me puse a trabajar a lo loco. Tenía que pintar las piezas, y rezar para que se secasen antes de que llegase María. Pero al universo no le parecía lo suficientemente difícil, y de repente mi madre se volvió loca, y empezó a decirme que me iba a intoxicar con la pintura, que parase de perder el tiempo con aquella gilipollez, que daba igual lo que hiciera, él no quería verme la puta cara. Intentó tirarme a la basura las piezas, y cuando, lógicamente se lo impedí, me encerró en la terraza y me dijo que ahí me quedaba, que a ver si me intoxicaba y me moría ya. Seguí pintando, y a la media hora vino mi hermana y me abrió. 
Sobre las once llegó María, y por suerte los bichos aquellos ya estaban casi secos, así que nos pusimos manos a la obra. Tratamos de diferenciarlos de tal manera que a simple vista se distinguiera lo que eran… Y la verdad es que el resultado fue mejor de lo que esperaba. Por lo menos sabías qué bicho era cuál. 
Después entre mi hermana, María y yo conseguimos bajar a todas aquellas bolitas a la Quinta, más o menos enteras. Cuando llegamos al lugar que había determinado, empezamos a delinear el tablero, y nos dimos cuenta… De que nos faltaban folios. Sí, podíamos llegar a esos niveles de idiotez. Así que mi hermana subió a casa a por más mientras María y yo seguíamos pegando cinta de esa con nombre extraño. La verdad es que las líneas nos estaban quedando de todo menos rectas, pero cuando mi hermana trajo el segundo cargamento, y por fin hubimos rellenado todos los huecos, aquello parecía un poquillo un tablero de ajedrez. Y cuando las piezas móviles llegásemos, puede que terminara pareciendo un Ajedrez Mágico.
María tuvo que irse, y mi hermana ya había vuelto a casa. Eran cerca de las dos y media y él se acababa de levantar. Aproveché aquellas horas hasta que vino para repasar la pintura, recolocar líneas, y jugar mucho al Candy Crush. Cuando por fin sobre las cuatro y pico me preguntó que hacia dónde tenía que tirar, ya había decidido dedicarme profesionalmente a hacer formas de sombras con los pies. 
Le indiqué el camino hasta donde me encontraba, puse una canción de Harry Potter y esperé, toda de blanco (porque sí, yo iba a ser el caballo blanco), a que él apareciese. Cuando lo hizo, su cara fue… FUE. Dios, me encantaba sorprenderle así. Puso una cara de wtf + no puede ser + qué fuerte + dios, está loca + sonrisa super bonita. Se acercó hasta mí, me dio un abrazo, y me besó. Y luego se lo cargó todo con ese “no hagas estas cosas, no tienes que hacer estas cosas”.
Vale, inciso. ODIO que haga eso. Porque los dos estábamos escuchando la frase real: “no hagas estas cosas, porque me siento mal porque voy a dejarte”. ¿No es capaz de entender que son regalos míos para él? ¿Por qué no podía aceptarlos y disfrutarlos sin más, en vez de pensar y pensar y pensar? El día que empiece a dejar de pensar y de planificarse, y empiece a vivir el aquí y ahora, a sentir lo que tiene delante y no lo que su cabeza visualiza a largo plazo van a cambiar tantas cosas…
Pero que me desvío. 
Le dije que él sería el caballo negro, porque hacía unos días le había preguntado “¿blanco o negro?” y él había respondido que negro. Comenzamos a jugar. Aún no había decidido si quería ganar o no, pero en realidad no creía que mi competitividad me dejara mucho margen de elección. De repente me di cuenta de que había un abuelito detrás nuestra observando cómo jugábamos, y parecía bastante interesado la verdad. De hecho, llegó a meter baza, y a aconsejarnos jugadas. Supongo que en este mudo hay gente pa’ to’.
Poco a poco, íbamos avanzando, y los dos estábamos bastante empatados. La verdad es que casi no movíamos nuestras fichas, y me acordé de Ron, intentando por todos los medios que ni él ni Harry ni Hermione salieran a pegarse con las pedazo de fichas de Mcgonagall. Intentaba concentrarme, pero él tardaba cerca de quince minutos en hacer cada movimiento, y aunque era guay que se estuviera metiendo tanto en el juego, me costaba mantenerme en ello. En un momento dado, caballo y caballo coincidimos frente a frente, y mientras yo estaba pensando, cogió y me dio un beso. Fue tan sorprendente y dulce que me supo a una de esas magdalenas tan ricas de María, pero traducido a sentimientos. Cuando nos separamos, me dijo “lo siento, no quería desconcentrarte, es que me apetecía mucho”. Y la sonrisa pues casi se me sale de la cara.
La verdad es que la balanza se estaba empezando a inclinar a su favor, pero no pensaba rendirme. Intentaba visualizar sus tres movimientos siguientes, porque de todos es sabido que esa es la única manera segura de derrotar a un rival en el ajedrez. Pero claro, el problema es que tardaba tanto que visualizaba 2043971074 posibles movimientos, y cuando me tocaba mover, ya no sabía qué estrategia había pensado al principio. Y así no se puede.
Cuando ya vi que había ganado (seis movimientos antes de que me hiciera el jaque mate), pensé que en realidad nunca le habría tenido por un buen jugador de ajedrez. Como tampoco le habría tenido por tantísimas otras cosas. Como alguien de quien llegar a enamorarme hasta este punto. Qué irónica es la vida, ¿eh?
Cuando por fin acabó aquella derrota, le dije que cogiera su rey, y que rebuscara. Terminó por encontrar las golosinas que las chicas y yo habíamos metido dentro. Y después… Empezó a restregármelo. Parecía que a esas alturas aún no sabía lo peligroso que era restregarme una derrota. 
Y entonces pasó. ME. LLAMÓ. CANIJA. 
OPSJFAPWIOECRNHYILXAHDFÑAISJFDG´CMALJX
Me lancé sobre él con intención de matarlo por aquel atropello. ¡Odiaba que me llamasen así! Empezamos a revolvernos por el suelo, yo pegándole y mordiéndole, y él medio riéndose medio intentando esquivar mis golpes. Capullocapullocapullo. Odiaba lo que me había dicho. Y odiaba aún más no odiarlo del todo cuando era él quién lo decía. 
Al final me paró con cosquillas, dado que es la peor tortura que se me puede aplicar (y él lo sabe). Y pactamos una bandera blanca, al menos temporal. Me dijo que qué íbamos a hacer con todo aquello, y lo cierto es que yo no tenía ni idea. Porque a ver, él había sido muy educado y todo eso, pero en el ajedrez mágico, las piezas se destruyen, y yo había previsto que todo aquello terminase hecho sino trizas, al menos no entero. Pero él no había querido oír hablar de eso por lo que me hubiera costado hacerlo, y allí estábamos, frente a un ejército de fichitas que nos miraban desafiantes.
Decidimos que las llevaríamos a su garaje, ante la posibilidad de volverlos a usar, y aunque especulamos con pasar por el Tommy Meal’s, la hora de su autoescuela estaba bastante cerca, así que simplemente dejamos las fichas en su casa, cogió un librillo, y nos pusimos en marcha hacia la clase.
El local estaba al final de Canillejas, así que bajamos dando un paseo, tranquilamente cogidos de la mano. Al llegar allí me dio un beso. Y aunque llegaba tarde (mucho), me dio otro. Y una sonrisa. Y aych.
Y sí, hice el camino a casa sola, fumando, y contando mentalmente las horas que me quedaban de todo aquello. De él. Pero también hice el camino a casa sola, fumando, y  más convencida a cada paso de que, a día de hoy, y sin pensar en ningún tipo de futuro, le quería en mi vida.

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