domingo, 12 de octubre de 2014

Capítulo 20.

Aquella noche no dormí mucho. El día anterior lo había dedicado a trabajar en los proyectos, y a echarle de menos, y lo cierto es que estaba cansada. Así que cuando me desperté, no me levanté. Cerré los ojos a la suave luz dorada que se colaba por las rejillas de las persianas, y me hundí en mi cabeza. Retrocedí dos noches atrás, hasta él y yo en su cama, riéndonos, sin más, frikeando. Pensé en cómo estaba hecho mierda cuando llegué a su casa, y cómo al irse al dormir las preocupaciones ya no llenaban del todo sus ojos. Y dejé que lo bueno que había sentido en aquel momento me llenase, y me diera fuerzas para levantarme de la cama y enfrentarme a… Todo.
Aquel día también había que trabajar. Mucho. El jueves estaba cada vez más cerca y con él toda la parafernalia del ajedrez. Y también mi agobio, creciendo por momentos ante el hecho de que no iba a tener tiempo de nada. 
Y entonces, a la genio de mi hermana se le encendió una luz. ¿Y por qué no hacía que los peones fueran globos negros y blancos? Ahorraría tiempo, materiales, y la mano de obra iría destinada a cosas más complicadas y necesitadas de la misma.
Cómo la quise en ese momento.
Así que fui a por globos blancos  y negros (que luego hubimos de hinchar con una bomba porque era LITERALMENTE imposible hincharlos a pulmón de lo duros que estaban), y les até una cuerdecita y una piedra a cada uno, para que no dieran paseos por el parque a la mitad de la partida. 
Después seguí embadurnando con aquella cosa horrible, y conseguí que María viniera la mañana del jueves para ayudarme a hacerlos diferenciables, porque sí, a dos días del estreno, aún eran todos bolitas calvas negras y blancas. 
Habíamos quedado en que me pasaría por su casa un ratejo antes de que él saliera después, pero a mí me valía. Y tanto que si me valía.
Aquella noche tampoco cené. Para mis padres cenaba por ahí, pero cuando llegué a su casa, lo último que tenía era hambre de comida. Me senté con él y estuvimos viendo vídeos, y charlando. Me dijo que había quedado con una… Ehm, no sé cómo llamarla sin ofender, así que dejémoslo en “una” de suanzes, y con un par de amigos suyos, pero que no le apetecía nada ir. No sé si fue una indirecta, la verbalización de un simple hecho o qué puta mierda, pero no pude cerrar la boca  antes de que se me escaparan las palabras; “pues no vayas. Si no quieres ir, no vayas”. Y me miró, y se le escapó esa sonrisa de pillo a lo Bart Simpson. “Me van a matar si les dejo solos con ella”. “Si no quieres ir, ¡no vayas!” Y ahí fue cuando empezó a reírse, y me contagió su risa, y cuando ambos supimos que aquella noche no iba. Que se quedaba. Estaba empezando a odiar y a amar aquel verbo a partes iguales, la verdad.
Al principio no sabíamos qué hacer, y deambulamos por las inmediaciones de su casa. Recuerdo que me propuso ir a casa de un amigo suyo a preguntarle… Su opinión sobre nuestra situación. Y bueno, pues no era mi idea de plan, teniendo en cuenta que además sentía, y no sé, llamadme loca, que eso era algo entre nosotros dos, y la opinión de los demás contaba… Pues menos que un cero a la izquierda. ¿Qué no estaba de más escuchar los consejos de los amigos? Pues sí, pero de ahí a considerar las opiniones de cualquiera que no fuéramos nosotros dos pues…
Al final decidimos “colarnos” en su piscina. Y digo “colarnos” porque por mucho que no se pudiera estar allí a esas horas, lo cierto es que teníamos la llave. Así que en realidad éramos unos malotes bastante de mentirijilla. 
Aún estaban en su casa las partes de dos bikinis viejos que había llevado hacía… Ni se sabe para emergencias, y no pude evitar reírme al ponérmelos y ver lo realmente feo que quedaba. Aún siguen allí. 
Bajamos a la piscina, charlando, de la mano, y una vez allí, nos sentamos en el borde, mientras seguíamos hablando, y él se echaba poco a poco para atrás sobre meterse en el agua. Lo cierto es que estaba flipando un poco, ¿cuándo se había vuelto tan gallina? Recuerdo la última vez en la que incluso quería hacerlo en la piscina, ¿y ahora no quería meterse…? 
Gallina.
En un momento dado, hice un amago de tirarle, y él respondió al mismo. Después me senté encima suya, a horcajadas, pensando en que podía hacer fuerza para atrás, y tirarnos a ambos. Pero claro, para eso habría de sacrificar a mi pelo. Pobre pelo… 
Y de pronto, ingravidez, y agua por todas partes. ¡Nos había tirado él! A pesar de la muerte de mi pelo limpito, sonreí bajo el agua sin poder evitarlo. Ése era mi chico, impredecible, divertido, atrevido. En ese momento le sentí tan de vuelta… Sabía que era sólo un espejismo, un segundo aislado entre miles de horas, pero eso no consiguió hundir aquella sensación de euforia. 
Nadamos hasta la zona contraria de la piscina, me cogió, y empezamos a besarnos. Dios, había pocas cosas más excitantes que besar a alguien en una piscina. Quería besarle bajo el agua, pero en realidad, estaba congelada, y con haber metido una vez la cabeza ya habían sido como un ejército de agujas a través del cuero cabelludo. Pero me prometí que a la siguiente no lo dejaría correr. 
Fuimos a hacerlo, pero no sé si sabréis que bajo el agua la dinámica es muy distinta al medio aéreo, y las cosas se complicaron un poco, así que lo dejamos por imposible. Nos achuchamos un poco más, pero ya no era tanto por el abrazo en sí, como porque hacía un frío que te cagas. Mucho, mucho frío. 
Aunque me hubiera gustado alargarlo un poco más, cuando me propuso salir acepté, porque me estaba convirtiendo en un cubito de hielo, y salimos fuera. Él había cogido una toalla, y yo, en toda la plenitud de mi inteligencia, no había cogido nada. Pero él se apiadó de mí, y me metió en la cueva de sus brazos, en la que hacía tanto calorcito como si hubiera una fogata encendida. Cómo adoraba aquello.
Después me quité el sujetador, y me puse la camiseta (mi-su camiseta de Metallica), y nos dirigimos hacia su casa de nuevo. Una vez allí estuvimos otro poco rato de mimitos, pero llegó el momento en el que tenía que irme a casa, así que me apañé como pude, y él me acompañó hacia allí.
Estuvimos en mi portal, mucho rato. Mucho. Haciendo el idiota. Mucho. Pero eso sólo lo supe al día siguiente, porque cuando estaba con él, el tiempo se me escapaba de las manos. Siempre he pensado que de llegar a pasar un… Tiempo largo con él, la vida se me iría en un suspiro por su culpa.
Aquella noche no hubo maremotos. Ni terremotos. Ni erupciones. Lo que viene siendo la calma antes de la tormenta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario