El lunes empezó bien. Quiero decir, ''''bien''''. El agujero gigante seguía vaciándome, pero me centré en el trabajo como nunca. Todo el rato con el Proyect B (el cual llevaba muy atrasado), delineando el proyecto Dita, y el Proyecto Streets, el cual iba a ser llevado a la práctica aquel mismo día.
Por la tarde, quedé con las bonitas de Lau y María para... Bueno, en principio para hacer el Proyecto Streets, pero en realidad, porque las necesitaba muchísimo. Eran el único apoyo que tenía, a parte de la nana, Ale y Car, y necesitaba más de lo que pensaba un achuchón suyo y hablar. Sobre todo hablar. Hablar sin tapujos. Sobre todo lo que tenía, sobre mi miedo a perderle, sobre todo lo que había pasado, y todo lo que pensaba hacer. Hablamos durante casi tres horas. Y digo hablamos, porque ellas también me contaron muchas cosas. Algunas hicieron que se me partiera el corazón, otras, que la sangre me hirviera en las venas, pero de una manera u otra, estaba sacando todo lo que tenía dentro, y sentí que la garra en la garganta se aflojaba, al menos un poco.
Después nos pusimos manos a la obra. Ellas no sabían nada del Proyecto Streets, pero yo sabía que no se negarían (viene en el contrato de amigas, es lo que hay), así que les conté el plan, y empezamos a buscar víctimas para el mismo. Lo que pasa es que habíamos estado charlando tanto rato, que se nos hizo de noche antes de poder terminarlo, así que quedamos para terminarlo el martes (el cual se transformaría más tarde en el miércoles).
Y cuando estaba para volver a mi casa, él me dijo que llegaba esa noche. Y con un sudor frío bajándome por la espalda, le pregunté que si podía pasar por su casa a darle una cosa. Dijo que sí. Y desde ese momento hasta que inicié el camino hacia allí, no pude ni tragar saliva.
Llegué allí, y me abrió la puerta. Sin camiseta. Joder, por qué no entendía que no podía recibirme así, que la cabeza se me vaciaba y las yemas de mis dedos me quemaban.
Pero él tenía cara de circunstancias, y el calentón se me fue tan rápido como había aparecido. Le abracé, e intenté besarle, y me quitó la cara. Me. Quitó. La. Cara. Estuve tentada de darle una patada en los huevos, pero las ganas de llorar enterraron ese impulso. Después me cogió de la mano y tiró de mí hacia su habitación.
Una vez arriba volví a intentar besarle, y se apartó abrazándome. Le pregunté que por qué hacía eso, y me contestó que no creía que debiera hacerlo. ¿Debiera? ¿DEBIERA? Ahí sí que tuve que sujetarme mentalmente para no ahogarle a lo Homer Simpson.
'Si quieres besarme, hazlo'. 'No es tan sencillo'. 'Los cojones que no, bésame'. Y por fin rindió su boca a la mía. Y lo anhelaba tanto. Joder, no sabéis cuánto.
Y entonces empezó a hablar. Que no servía de nada. Que no íbamos a ningún lado...
Pero le corté. Corté el grifo y empecé a borbotar yo, porque sus palabras me estaban acuchillando, y como siguiera así, me iba a desangrar.
Le dije que necesitaba que pusiera de su parte, porque daba igual que tirase putas bombas atómicas si él no bombardeaba desde el otro lado. Si él partía de un no, iba a terminar siendo un no. Le dije que necesitaba que considerase seriamente la posibilidad de un sí, ni más ni menos seriamente que la posibilidad de un no. Y entonces me dijo algo que me ha dado mucho, mucho que pensar 'Y qué pasa si necesito dejarlo'.
Wow. Fue un mazazo. Claro, y ¿si necesitaba un parón? ¿Y si tirando tanto de él lo único que estaba haciendo era alejarle más de mí? Sabía que lo que me acababa de decir era importante, pero también sabía que si no apagaba aquella fogata, el fuego se haría incontrolable, por lo que me la apunté como pendiente y contraataqué diciéndole que éramos como las hadas. Las de Peter Pan. Que había que creer en ellas para que existieran, porque si no lo hacías, automáticamente morían.
Me dijo que yo le daba miedo. Le dije que debería. Me dijo que los cuentos de hadas no existen, y me juré en aquel momento que iba a demostrarle que sí. Se le escapó media sonrisa, no sé si de rendición, de lo absurdo de la situación o de que nada tenía ya sentido, pero terminó con un 'estas cosas te las preparas', y eh, he de decir algo en mi defensa. En aquella ocasión sí que lo había preparado, pero no siempre lo hacía. Ale me había convencido de que la improvisación de algo real vale mucho más que cualquier cosa perfectamente planificada y artificial.
Al final, las cosas se estabilizaron y me besó. Me besó. Y me volvió a besar. Y le devolví el beso, porque le necesitaba tanto o más que comer.
Y de repente todo ardía, todo estaba en putas llamas. Sus manos, mi piel, su boca. Quemaba, y quería que abrasase.
Y entonces me di cuenta... De que estaba sin depilar. Joder. Joder. Joder. Aquello sólo me pasaba a mí. ¿Pero en qué cabeza cabía querer dejarme y luego empotrarme? ¡Era normal que no hubiera previsto aquello! Ajshsksjwzja. No sé a quién odiaba más en aquel momento, si a él, a mí, o al puto universo.
Así que le apañé a él, y yo me quedé con el calentón de mi vida. Pero no me importaba, porque él iba a estar ahí para quitármelo. O eso esperaba.
Me acompañó a casa, y mientras caminábamos y charlábamos, pero yo sentía una tristeza por dentro que no era capaz de sacudirme de encima. Su mano en la mía. Lo cerca que podía estar el fin. Y ganas de llorar por todas partes.
Y llegamos a mi casa, y me besó. Y fue tan dulce. Pero luego casi no sonreía. Y fue amargo. Y luego me abrazó y me dio un beso en el pelo. Y fue dulce otra vez. Subí a casa y me metí en la cama. Y lloré, porque notaba la cuchilla descendiendo sobre mi cuello, al tiempo que suplicaba que él me sacase de allí y me llevase con él.
Y esa vez fue menos amargo.
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