sábado, 13 de septiembre de 2014

Capítulo 13.

El martes pasaba suave, casi sin oírse, pero con un regusto extraño. La verdad es que sentía todo patinando, y eso me mantenía a mí en tensión, aunque en principio todo se mantuviera. Y de pronto, saltó su canción en el ipod, y la calma se mostró mentirosa porque todo estalló. Su voz en mi oído, meciéndome, susurrándome aquellas palabras tan dulces que parecían chocolate deslizándose con cuidado de su boca. Y no pude más, y yo estallé. Ni el trabajo conseguí alejarme de ese sentimiento de vacío que me tiraba del pelo, una y otra vez.
Y llegó la noche, y con ella, la hora de ir a su casa.
Mi pretensión era ser sexy, desafiante, conseguir que me deseara. Pero lo cierto es que cuando abrió la puerta, me sentía más insegura que otra cosa. Necesitada de él. Pero siempre he mentido muy bien. Es una maldición y un don a partes iguales. Así que entré, le besé, le sonreí, y subimos a su habitación. Una vez allí, le dije que jugaríamos a un juego. Me senté sobre él, que estaba en la silla, y le expliqué cómo íbamos a hacer una guerra, en la que quien ganase decidiría... Si ser esposado o no.
La verdad es que su cara fue muy mítica. Como medio de sorpresa, pervertida, y un tanto cortada. Me encantaban sus caras. Pero me encantó aún más su forma de besarme un segundo después. Sucia, e íntima. Aych.
Acordamos que la guerra la ganaría aquel capaz de arrebatarle al otro el calcetín del pie derecho. Y... Básicamente, valía todo.
Empezamos jiji, jaja, un empujoncito por aquí, otro por allá... Y de repente, los dos luchábamos a muerte, saltando el uno sobre el otro, atacando con cosquillas, con caricias mal intencionadas. Sobre la cama, en el suelo, sobre él, sobre mí. Estuve a punto de conseguirlo, ¡a punto! Pero de repente me caí en el hueco entre su cama y la pared, y me quedé encajada, boca abajo, y con los pies hacia arriba. Y obviamente, me quitó el calcetín. Cosa que sigo manteniendo que no valió, porque después fue él el que tuvo que sacarme de ahí.
Aun así accedí, y dejé que me encadenase con aquellas esposas rojas a su radiador. Apagó la luz, y cuando le pregunté por qué lo hacía me dijo que así era mucho más porno. He de admitir que sabía cómo encenderme. 
Empezó a besarme en todas partes, suave al principio, y más fuerte después. Sinceramente, pensé que me moría de placer. Sus manos, su lengua, su... Todo. Nunca creí que conocería a nadie a quien quisiera follarme para el resto de mi vida, pero él estaba tan, tan cerca... Se contenía porque la cama hacía mucho ruido, y su familia estaba abajo, y aun así lo estaba flipando. Y lo mejor de todo el asunto es que él nunca ha sido enteramente consciente de ello. 
De pronto me dijo que le atara yo a él, así que lo hice. Pero antes de nada, necesitaba hielo. Pero no iba a bajar a la cocina donde estaba su madre con la cara de follar que se me había quedado, así que me "colé" en su garaje sin que nadie me oyera, y finalmente conseguí mi hielo. 
Cuando volví a subir, le vi atado en la cama, y no pude evitar sentirme poderosa; podía hacerle lo que quisiera. Y curiosamente, a ese pensamiento no le siguió nada doloroso. Siempre había imaginado que si tenía a una persona a mi merced de esa manera, algo me empujaría a... Yo qué sé, derretirle cera encima o algo así, pero le tenía delante y lo único que quería era... Darle placer. Mucho. Así que me puse manos a la obra.
Primero deslicé el hielo suave sobre él, despacio, dejando que sintiera. Después me lo metí en la boca, y con la lengua helada fui dibujándole historias a raso por su piel. Notaba cómo se estremecía bajo mis labios fríos, a medida que iba bajando más y más. Pero antes de darle lo que me pedía sin mediar palabra...  Le pasé el hielo por el pie. Qué respingo pegó, no pude evitar reírme. Pero decidí no seguir siendo mala, y deslizarme suave, con el hielo en la boca, a un sitio en el que iba a pegar mucho más que un respingo. 
Cuando se me acabó el hielo, me deslicé sobre él, y empecé a moverme suave. Pero le tenía demasiadas ganas, y pronto me vi empleándome a fondo. En un momento dado, vi cómo cerraba los ojos, y él NUNCA hacía eso. Podía ser que estuviera disfrutando mucho, o que tratara de pensar que yo era Briteny Spears.  Decidí quedarme con la primera. Me apetecía cambiar, y le llevé hasta su silla mientras seguía atado. Dios, la silla. En serio, el placer que conseguía ahí era comparable a pocas cosas. 
No quería acabar aún, pero la verdad es que me estaba resultando muy difícil. Al final le solté, y me puso contra la pared, de esa manera que me gustaba tanto, justo bajo su espada. Estaba mellada, sí, pero si algún día me caía encima y me daba en la cabeza, podía palmarla ahí mismo. No pude resistirme al pensamiento de que si moría en aquel momento, no podría importarme menos.
Al final terminamos, y nos tumbamos en la cama, rendidos. Estuvimos un rato de mimitos, y luego empezamos a charlar. Sobre Naruto, sobre él... Me preguntó qué opinaba sobre su personalidad a la hora de decidir, y le dije... Que me parecía una persona capaz de brillar por sí misma, pero que a veces tendía a escuchar más a otras personas que a sí mismo. Se chinó un poco, porque decía que todo el mundo le estaba respondiendo lo mismo. Lo que no le dije es que era una personalidad tan fuerte, que le creía capaz de cumplir sus sueños y más allá, que era la persona más buena y valiente que había conocido en mi vida, que odiaba tanto como quería sus cabezotonerías, y que era la única personalidad con la que querría pasar discutiendo durante un tiempo... Indefinido. Una personalidad fuerte, radiante, capaz de iluminar una habitación por sí sola. No le dije todo esto, y no sé por qué, pero no quería callármelo. No quiero callármelo. 
Después bajamos a por su segunda cena, porque si no la tomaba podía darle algo. Su hermano, su hermana, y un amigo suyo estaban a punto de ver Pesadilla antes de Navidad... Y no pude resistirme a Sally y Jack, así que nos quedamos a verla. Yo me senté en un sofá, y él vino después con la pizza, y se sentó en otro en la otra punta de la habitación. La verdad es que eso me escoció. Parecía que... No quería estar a mi lado. Y veía la película, pero le miraba a él. 
Y de pronto, cuando hubo terminado la pizza, se levantó y vino hacia mí. Y se sentó conmigo, y le dije que si quería que le arrascase. La verdad es que fue una pregunta estúpida, porque la respuesta a eso es siempre "sí". Se dejó caer entre mis piernas, en el suelo, y comencé a arrascarle, entre el pelo, la espalda, los brazos... Notaba cómo se le ponía la piel de gallina, y me parecía tan adorable... Me sentía una montaña rusa, entre tanto altibajo sentimental. Bien. Mal. Fatal. Peor. Mejor. Bien. Increíble. Mal. Me planteé si iba a volverme loca, y me di cuenta de que en realidad no importaba.
Cuando la película terminó, subimos a su cuarto para dormir. Creo que nunca dejaría de maravillarme con eso, con el hecho de que su respiración sobre mi pelo y su mano en alguna parte de mi cuerpo fuera lo último de lo que fuera consciente antes de caer dormida.
En pocas horas nos despertamos (porque le había dicho a mis padres que me iba de fiesta, con lo que tenía que volver sobre las seis), y comencé a levantarme con cuidado. Pero no sirvió de nada, porque él estaba medio despierto, y al mínimo ruido terminé de despertarlo. Empezó a vestirse, y aunque le dije que no hacía falta que viniera, no pude evitar que me diera un vuelquecito en el corazón. 
Fuimos caminando hacia mi casa, mientras me contaba que al día siguiente iría al Parque de Atracciones con unos amigos. No me preguntéis por qué, pero yo tenía super asumido que iría con su familia, por lo que aquello me chocó. Pero era muy probable que todo hubiera sido obra de mi cabeza, por lo que tampoco le dije nada. Lo que sí que me raspó fue el hecho deque fuera a ir con dos chicas, una que se le quería tirar abiertamente y otra que le tiraba fichitas. Desde mi recién estrenada carrera en el mundo de los celos, estaba bastante susceptible a todo este asunto, y la verdad es que no pude evitar que mi bichejo interior gruñera fuerte. Además, he de decir que él no ayudaba para nada chinchándome. ¿Que sabía que lo hacía de broma? Sí. ¿Que me encantaba cuando me hacía la enfurruñada y venía para abrazarme por detrás? Pues también. Pero tenía que reprimirme para no exteriorizar los gruñidos. 
Finalmente (y tras una laaaaaaaarga despedida de esas que tanto adoro) me decidí a entrar en mi portal. Cuando ya estaba en el quicio de las escaleras, le lancé un beso, pero, en vez de marcharme como solía, me le quedé mirando. No pude evitarlo. Cuando me preguntó que qué hacía, sólo pude responderle "aún tienes una sonrisa preciosa". Y mientras todos los miedos me caían encima, traté de marcharme antes de que viera que estaba llorando. No sé si lo conseguí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario