Aquella noche había decidido ir con mis chicas a Argüelles, porque el fin de semana siguiente no podría hacerlo, y ya después empezaba la universidad, así que era realmente de las pocas ocasiones que me quedaban para disfrutar. Él iba a ir al día siguiente, pero yo me marchaba al pueblo, así que no podía encajarme allí (cosa que me jodía a más no poder).
La noche empezó muy bien. Era viernes y las cosas no estaban muy llenas, pero había droga, alcohol, y buena compañía. Lau se llevó a unos amigos de la uni que lo cierto es que no terminaban de encajar, pero que eran muy simpáticos. Y a petas y a chupitos con canciones. Y casi, casi, había conseguido relegarle a un segundo plano en mi mente, cuando sonó “El roce de tu cuerpo” de Platero y Tú en la Ducha… Y yo qué sé. Que esa canción siempre me pareció preciosa, libre, sin estar atada a nada. Y en un abrir y cerrar de ojos, era suya, vibraba en cada partícula de mi ser. Y joder. Joder.
Tenía que volver pronto a casa, dado que al día siguiente nos esperaba un bonito fin de semana en el pueblo. Pero pensé… Que podía ir a verle. No sé, pasarme. Un momento. Un beso. Un hola. Me era suficiente.
Hubo mucho baile, absenta, y algún peta. Y risas. Porque si no reía en ese momento, cuándo lo iba a hacer. Le pregunté si mi idea le parecía bien y me dijo que no sabía, que había un par de amigos suyos en casa, y que no les hacía mucha gracia. Le contesté que me fuera poniendo al día, de si se marchaban, o no. Y seguí riendo, con el empujoncito de algún estupefaciente más. Y entonces les pedí a estas que me acompañasen a la parada del bus, porque tenía que irme.
La verdad es que hacer ese viaje sola nunca ha estado entre mis pasatiempos favoritos, pero aquella noche todo parecía estar especialmente siniestro. Me dijo a poco de llegar a casa que sí, que podía pasarme un rato, y mi corazón despertó con un pálpito pequeñito. Y no pude hacer mucho para que no le siguiera uno un poquillo más grande.
Al llegar a su casa, me abrió y me besó. Nos sentamos en el sofá, y él se dedicó a poner vídeos. La verdad es que todo aquello está un poco borroso, porque justo antes en el bus me dio un bajón de éstos en los que te cae encima todo lo que has tomado durante la noche al mismo tiempo, y en fin, que esta parte puede no resultar muy fiable, pero le notaba distante. Yo le buscaba, y él no me correspondía. Al final me dediqué a ver vídeos con él, mientras me contaba que quería que su vida fuera como la que llevaban los Asking Alexandria, de desfase a muerte. Y pensé que esa vida tenía mucho de bueno y mucho de malo. Y que quien la llevaba, sólo lo hacía a veces por gusto. Pero lo cierto es… Que a quién no le gustaría probarlo.
Se terminó por hacer tarde, así que me acompañó a casa. No recuerdo si fuimos andando o en bus, pero sí su mano apretando de vez en cuando la mía. Charlamos. En un momento dado me dijo que no era cierto que sus amigos hubieran dicho que no me querían allí no era cierto, que había sido él solo, que no estaba seguro de querer que fuera. Aquello fue un mazazo. Pero mazazo, mazazo. Pasa que a estas alturas lo de comerme las lágrimas y sonreír ya me salía tan natural como respirar. Y me quise morir. Pero entonces me di cuenta de que estaba allí. No se lo dije, y siento que debí de haberlo hecho. Que a pesar de todas las dudas, al final había accedido a que fuera. Y que de eso se trataba todo, de que se dejara llevar en cada momento por lo que sentía. Y me ahogué un poco menos, porque al final de todas esas dudas… Me había llamado.
Cuando llegamos al portal, los temas feos ya estaban por doquier. Le dije que considerase creer en nosotros, y suspiró. Qué muerte de suspiro. Le besé, porque lo cierto es que lo único capaz de que no entrara en estado de pánico era su boca. Mi ansiolítico favorito. El único que funcionaba al 100% y sin efectos secundarios.
Y subí a mi casa. Y me desmaquillé, como quien se quita una primera piel de encima. Y me vi, demacrada y no me auguré una vida demasiado larga. Me puse el pijama, mojé un poco el pelo para eliminar las trazas de olor a hierba, y me acosté.
Y ojalá pudiera terminar ahí, pero no, siempre, siempre, el mejor amigo del hombre, que no es otro que el pero.
Pero miré el teléfono una vez más. Y volví a repetirle que por favor considerase la posibilidad de que las cosas se encauzasen, porque así ya tenían bastantes papeletas para conseguirlo. Y entonces él me dijo que creía haberlo hecho ya. Todo el sueño o el cansancio que hubieran podido llenarme hasta ese momento, desaparecieron de un plumazo, y mis seis sentidos se concentraron en la pantallita parpadeante que tenía frente a mí. Los mismos seis que murieron un segundo después al son de una frase que sonaba más terrorífica que el arrastrar de las uñas de Freddy Krueger contra una pared; “Creo que no quiero que se arregle”.
El colapso fue absoluto. De hecho, quería gritar, pero nada me respondía. Quería limpiarme las lágrimas que de repente me inundaban, pero nada me respondía. Quería aparecerme frente a él, y decirle que le amaba como nunca había amado a nadie. Quería morirme, pero no podía alcanzar el arma.
Le rogué que no siguiera hablando, que esperase a volver a vernos. Él aceptó. Oí ruidos en el cuarto de mis padres, y anonadada del dolor apagué la luz, sujeté con todas mis fuerzas a Antoñito, me mordí el brazo y comencé a gritar en silencio, sintiendo que todo aquello había acabado.
"Y creo que muero
si no siento el roce de tu cuerpo junto a mí".
No hay comentarios:
Publicar un comentario