Rubias de piernas kilométricas. Melenas densas como un bosque. Labios de fresa. Pieles de satén. Manos de dedos largos. Tetas enormes. Todo eso que no tengo y que imaginaba tentándote en la noche. Además de muchas otras cosas, porque tú en ti mismo eras el jodido cebo más apetitoso que te pudieras echar a la cara. Tus manos presas por otras. Tus dientes rasgando otra piel. Me ponía enferma. Me estaba dando algo de pensar en toda esa mierda.
Veía en lo que me estaban convirtiendo los celos, y lo odiaba. Lo odiaba con todas mis ganas, porque era asfixiante, y he de admitir que muy violento. En el sentido de vergonzoso y en el de las hostias también.
Y sin remedio, y dado que estaba hasta el cuello, me dejé a mí misma pensar en ti. Joder, te echaba tanto de menos... Lo cierto es que, en comparación, me sosegabas mucho más que las putillas de mi mente. Y pensé que dos no se lían si uno no quiere. O decide no hacerlo, en todo caso. Y me di cuenta que en la ecuación necesaria para tú en sus garras hacías falta... Tú. Y pensé que tú no ibas a joderme así. Y pensé que era porque aún me querías, pero en el fondo sabía que eso era lo que yo quería pensar, y no podía contar con ello.
Pero así y todo... Lo que realmente entendí en aquel momento es que confiaba en ti. Incluso con el mundo del revés, sin un ápice de esperanza con todo en contra y la tierra lleno de pavas con las tetas grandes. Incluso así, mi confianza en ti estaba ahí, aferrada como un náufrago a su bote salvavidas. Y aunque los celos no se han marchado, es otro rollo. Porque recuerdo todo esto y lo integro en mí, más y más cada vez.
Aunque en realidad, tampoco sé qué queda por integrar, porque eres lo que está más dentro.
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