Hay una película que se llama “Recuérdame”. El protagonista es el de Crepúsculo, y en aquella época en la que estaba un poquillo colgada de ese hombre, pues la vi. No es mala. Es decir, la historia es bonita, tiene ciertos detalles, y el final es triste e inesperado.
Pero siempre hubo una escena… Que me llamó mucho la atención.
El protagonista estaba hiper jodido, porque no le salía ni una a derechas, de esas situaciones en las que sientes que hagas lo que hagas estás perdido en un bucle que te envuelve, y del que no puedes salir.
Entonces llegaba a casa, y la chica estaba allí. Y de repente él se abalanzaba sobre ella, desesperado como si se quedara sin aire. Y siempre me había chocado, porque con ese humor, no sé, es más normal comer helado, buscar un abrazo. Pero la manera en la que él empezaba a comérsela era… No sé, raro.
Y el otro día llevaba una noche de mierda, pero de puta mierda, y habíamos quedado, y fui a tu casa. Y me abrió tu madre, y subí a tu habitación. Y te vi… Y joder. Cómo te necesitaba. Te necesitaba conmigo, en mí. Te necesitaba tan cerca que me asfixiases con tu piel, necesitaba hundir mis uñas en tu espalda, que me mordieras hasta hacerme gritar.
Y lo entendí. Vaya que si lo entendí. Entendí que cuando todo se cae, cuando parece que estás andando sobre gelatina, cuando el mundo gira tan deprisa que la sensación de náusea es diaria, continuada, y nada se sostiene y todo te sale mal, y cuando te esfuerzas te sale peor… Lo necesitas. Le necesitas. Porque es mejor que la mejor droga. Porque en su boca todo parece detenerse, y estabilizarse. Porque sus manos pueden llevarte hasta un lugar en el que te sientes segura, y en el que, por fin, perteneces a alguna parte.
Y cuando por fin tienes algo así, haces lo que sea por no perderlo.
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