martes, 9 de septiembre de 2014

Celos.

Los celos. Realmente te era sincera al decir que nunca había tenido celos hasta ahora. Tal vez en un par de ocasiones, pero siempre cosas muy puntuales. 
Y de repente, bum, los celos de casi dos años se revolvieron contra mí, y me cayeron encima de sopetón. Y no sé si fue la cantidad, la intensidad o la distancia, pero me volví... Bueno, dejémoslo en ligeramente paranoica. Odiaba cada chichi de este planeta. El simple hecho de imaginarte en brazos de otra, en la boca de otra... Era superior a mis fuerzas. Éramos tú y yo. Joder, tú y yo. Qué pintaban esas putillas preciosas con las que mi mente me atormentaba. He de decir que entendí muchas cosas. Te entendí a ti. Y entendí que si las cosas se arreglaban, nunca más saldría corriendo hacia ningún tío para darle un besito de esquimal, porque estaría cogida de la mano del único al que quería dárselos.
¿Sabes que es lo más jodido? Que incluso el hecho de imaginarme a mí en la polla de otro me revolvía las tripas. No podía con la idea de ti en otra, pero tampoco con la idea de otro en mí.
Joder, que te quiero en todas partes y en todos los tiempos, verbales y sin verbo. Estos días he entendido cuánto te necesito conmigo, por si no lo tenía bastante claro ya. Los celos no son más que una muestra de todo esto. Porque por primera vez no estoy segura de si... De si te tendría conmigo. Y no sé si los celos se irán o no, pero no quiero estas dudas aquí nunca más.
Que lo que yo quiero es hacerte el amor... No follar, no. Llegar al orgasmo de lo que siento dentro y no de cómo me la estás metiendo. Te quiero a ti, libre pero mío. Que hay cadenas que duelen, pero también las hay muy dulces.

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