Creo que cada ser humano tiene un cupo de lágrimas asignado por vida. O al menos lo
creía. Me gustaba pensar que tenemos un tope de sufrimiento asignado, y cuando
éste pasa, sólo queda... Si no felicidad, al menos no más dolor.
Eso lo
pensaba antes de conocerte a ti. Porque fue entonces cuando comprendí que las
lágrimas pueden no ser de dolor. Y que hay dolores tan vastos que ni siquiera
puedes llorar. Que las lágrimas no son nada en realidad. Que siempre podemos
hacernos más daño, o más felices.
Que la
idea de destino no me gusta, porque todas las flechas apuntan a que voy a tener
que seguir sin ti, pero somos tú y yo los que sostenemos el arco, y podemos
disparar en la dirección que queramos. Y podemos meterle una entre ceja y ceja
a ese cabrón empeñado en separarnos.
Lo que
nadie parece entender (ni siquiera yo termino de verlo claro) es que no creo
que haya un tope de dolor contigo. Y aun así, lo quiero todo, porque tampoco
creo que lo haya en lo referente a la felicidad. Y que no me importa gastar
todas las lágrimas del mundo si las provocan golpes o caricias tuyas.
Pero
por ahora voy a esconderme detrás la espuma de este capuccino, y dejaré que se
me funda con las lágrimas, para así poder reutilizarlas... Sólo por si acaso me
las gastas. Contigo no quiero dejar de sentir nunca.
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