Hace unos días, me di cuenta de que me faltaban cosas.
O sea, ya estaba ahí, pero de repente fui consciente de ello. Con uno de esos “adioses” que quemaban como un hierro candente, me vino a la mente uno de esos “un beso princesa”, “te quiero cielo”, que tanto me llegaban. Dios, es que según los escribo, te oigo diciéndomelo al oído. Nunca he sido especialmente cursi. Cierto es que ver tanta peli Disney termina por marcarte, hacerte ser más soñadora, más ilusa, qué se yo, pero nunca fui muy cursi, de verdad. Los apodos cariñosos… Pues lo cierto es que nunca habían ido conmigo. Yo soy Marina, y punto.
Pero como tantas otras cosas, tú también te llevaste eso por delante. Recuerdo los “princesita” susurrados a media voz a oscuras tan apretada contra ti en la cama que no tenía muy claro dónde empezabas tú y dónde terminaba yo. Recuerdo todas esas cursiladas que nunca fueron propias de mí, pero eran absolutamente nuestras, y que ahora me faltan más que el aire.
Y ya puestos, me di cuenta de que echaba de menos mi música. Poner el aleatorio sin sentir que estaba atravesando un campo de minas. Recuerdo un momento en el viaje de vuelta de la playa en el que pase 37 canciones porque todas me recordaban a ti. Había de todo; canciones de tus conciertos, canciones oficialmente nuestras, y canciones que yo te había asignado porque al oírlas me parecía que me hablaban de ti. Treinta y siete canciones. Y había muchas más que el ipod fue lo suficientemente inteligente de no ponerme detrás. Quiero mi música de vuelta.
También echo de menos mi ropa. Me recuerdo en la playa, con mi madre metiéndome prisa para salir mientras yo miraba el armario y lloraba. Allí colgados estaban mi nuevo mono verde, que había llevado en aquel viaje que hice contigo, la camisa azul y los leggins de formas extrañas que usé para disfrazarme de hada aquella vez contigo, el peto azul marino con el que decías que parecía una niña pequeña, la camisa negra de cuello alto de encaje blanco que llevaba el día en que nos conocimos. Dos años de ropa es mucha ropa. Mi armario entero, en realidad. ¿Qué hago, empiezo a ir desnuda? ¿Hago una renovación total y completa de armario? ¿De ciudad? ¿De vida? ¿De mí misma?
Echo de menos poder ir por la calle pensando en mis cosas, absorta, y caminar por lugares en los que habíamos estado y que se me iluminasen los ojos. Eso… Ya no es así. Tengo que ir atenta, evitar esos sitios. Porque a la mínima que me despisto, mis pies caminan hacia allí, buscándote, y cuando me doy cuenta de dónde estoy, rompo a llorar. El otro día, en el centro, sin ir más lejos. Una chica se me quedó mirando. Qué vergüenza pasé.
Echo de menos poder ver nuestras fotos. Abrir mi ordenador, o mi teléfono sin sentir que algo me raspa por dentro al ver los fondos de pantalla. Echo de menos los buenos días y las buenas noches que me sacaban una sonrisa entre la cara de sueño y la sábana hecha un lío a mi alrededor.
Te echo de menos, joder. Y eso que aún estás aquí.
Qué miedo coño. Qué puto miedo.
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