El miércoles él se fue al parque de atracciones con la pava que se lo quería follar. Y con la otra pava que bueeeeno, también se lo quería follar. Sí, vale, con más gente, pero apuf. Ese tipo de cosas nunca terminan de entrar fácil. Sobre todo cuando sabes que las cosas no van bien. Cuando sientes que las cosas no van bien. Cuando las cosas no van bien.
Así y todo confiaba en él, y gracias a este hecho, a mis chicas, y a que le quiero más que a nada en el mundo, al final sólo pensé que ojalá disfrutara, porque llevaba un tiempo muy asqueado de todo, y realmente odiaba verle así.
Mientras yo me fui con Lau y María a terminar el Proyecto Streets, porque había que acabarlo ya, sí o sí, que bastantes cosas tenía pendientes como para pasarme las tardes haciendo el mongolo por Madrid. Aquella tarde iba a ser todo muy horrible. No por nada, sino porque ponerse a gritar en medio de una plaza llena de gente nunca ha estado entre mis aficiones favoritas, no sé, llamadme loca.
El caso es que fuimos a la Plaza de Santo Domingo para evitar la multa de los municipales, porque si beber en la calle son 600 pavos, si me subía al pez de Sol a gritar no quería ni saber lo que me dirían. Y sí, porque en la otra plaza habría menos gente, también.
Primero nos sentamos en un banco a hablar. La verdad es que no creo que sea capaz de devolverles lo pacientes que han sido conmigo durante todo este tiempo, escuchando mis paranoias, mis miedos, mis esperanzas, y tragándose ese “no va a salir bien” que estaba sentado al lado nuestra y no había manera de echar. Pero ellas le ignoraban muy bien, y sé que lo hacían por mí.
Cuando les hube puesto al corriente sobre todo lo sucedido, llegamos a la conclusión de que él era bipolar y nos pusimos a trabajar. Luego abajo os pondré lo que terminó siendo el Proyecto Streets, pero en aquel momento sólo fueron muchas risas aderezadas con un poco de vergüenza. Pero no creo que sea para menos. Gritar en medio de una multitud que quieres a alguien en las pelis y en los libros suena muy sencillo, pero ¿habéis probado a hacerlo alguna vez? Me costó más de lo que pensaba que lo haría. Tenía las palabras en la lengua, pero la voz no me salía, y no supe identificar de dónde venía ese miedo. Miedo a decirle al mundo que le quería.
Pero recordé todas aquellas veces al despedirme, en las que me costaba mentalizarme para decirle que le amaba. Cómo él sonreía y me decía “qué”, porque había desarrollado el superpoder de saber cuándo estaba tratando de decirle algo. Y entonces le decía tan bajito que apenas yo podía oírme “te amo” y él sonreía, y me acariciaba, y me respondía “yo también”. Y supe que lo gritase o no, era un sentimiento que no podía igualarse a nada, salvo tal vez al fin del mundo. Y que le contaría a todo aquel que quisiera escucharme que era suya, ahora y siempre. Y cuando fui consciente de todo eso, a tomar por culo la vergüenza, el miedo, y su madre. Y lo grité. Y no me importó nada ni nadie, porque era la única verdad que sabía que no se agotaría nunca.
Después vinieron las escenas de los bailecitos, y la verdad es que hacía mucho que no me reía tan de verdad, por mucho que siempre quedara el runrún de “no hemos hablado nada en todo el día, y pica echarle de menos”. Pero no se puede ser feliz del todo, ¿verdad? Aunque lo cierto era que si las cosas llegaban a buen puerto, lo que iba a sentir se le parecería mucho a ser feliz del todo.
Cuando hubimos terminado de hacer el idiota, y toda la plaza estaba entretenida viéndonos, las chicas y yo nos fuimos a cenar un kebab. Porque sí, porque tanto trabajo duro merecía su recompensa. Terminamos en un lugar curiosamente “arreglado” teniendo en cuenta el hecho de que allí se comieran kebabs. Y nos prometimos que volveríamos en invierno a por una cachimba, porque el lugar invitaba a ello.
Andando hacia casa, y con ellas lejos, volvió a caerme todo el “echarle de menos” encima, de un solo golpe. La verdad es que no terminaba de acostumbrarme a recibir tantas hostias por su lado, que era mi flanco débil pero seguro. Aunque esto último ya fuera más mito que realidad.
Justo antes de irme a dormir, él reapareció. Estaba seco, pero supe que se lo había pasado bien, y si bien me alegré, sonaba un chirrido de fondo que me ponía los pelos de punta, muy a las uñas de Jack el Destripador acariciando una pared.
Y pensé que hay caricias que podían hacerte sangrar. Y que aunque muriese en sus manos, las quería todas.
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