domingo, 7 de septiembre de 2014

Capítulo 9.

Las siete de la mañana y ya en carretera. Aquello iba a acabar conmigo.
Había 19 horas hasta Estrasburgo. Die-ci-nue-ve horas. En el coche. Con dos opciones: poner la música tan alta que llegara sin tímpanos a Francia o pasarme 19 horas pensando.
Pensando en él. En nosotros. En mi mierda de posibilidades. En las peores situaciones que la perra de mi mente fuese capaz de conjurar (tiene mucho talento para eso).
Lo cierto es que es en ese viaje cuando se fraguó la idea del blog. O sea, ya lo había abierto y pensaba usarlo para desahogarme. Pero me dije... "¿Y si le doy un uso más allá de mí misma?" Y lo cierto es que el único uso que me merecía la pena era el de demostrarle todo... Lo que siento y/o he sentido por él. Y si ya de paso servía para que se replantease algo...
Pasa que no tenía ni idea de dónde me estaba metiendo, porque lo que he sentido y siento por él es prácticamente inabarcable, y según empecé a trabajar, me di cuenta de que iba a ser una odisea. Pero en realidad, como casi todo lo referente a él, así que me puse manos a la obra. Además, me ayudó en muchos momentos a no perder la cabeza.
Aún tenía en mi mente el recuerdo de esa mirada, y en los labios un tenue rastro e su boca, Todo sumado con todo, y con la música más alta de lo que debiera, conseguí que aquel viaje no fuera una sangría.
Al menos, no del todo.

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El viernes por fin llegamos a nuestro destino, y hacía tanto frío... Cómo deseé que se materializase a mi lado, con ese anorak negro y esa sonrisa capaz de encender una vida sin luces. Pero allí no había nadie, salvo yo y mis miedos, y en realidad éramos casi multitud.
Lo cierto es que en todo el día casi no hablé con él. Un par de frases por what's app, lo justo para no perder la racha. Y aquello me descolocó. De pies a cabeza. Aunque es cierto que el más mínimo detalle hacía que me saltaran los nervios, así que intenté calmarme. Por supuesto, no funcionó, y me pasé el día de rallada en rallada. Y sabía que lo estaba provocando yo solita, y que no tenía ningún tipo de sentido, pero el raciocinio pocas veces manda sobre el miedo.

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El sábado lo pasamos viendo catedrales, y entrando en tiendas de navidad (se ve que es MUY celebrada por el norte de Francia), y yo sólo podía pensar en qué iba a hacer con mi vida si aquel seis de enero no tenía el único regalo que quería.
Las cosas mejoraron cuando le pillé por banda, y charlamos un ratejo. No suficiente (nunca era suficiente) pero si más que el viernes. Y mejor. Se le notaba animado por el viaje, o por lo que fuera, pero estaba receptivo, y simpático, y las nubes del día anterior parecían quedar un poquito más lejos. Aunque lo cierto es que el hecho de charlar sobre su inminente viaje al pueblo volvió a mi mente aquella noche. E, inexorablemente, le siguieron una serie de modelos en fila, como en las casas de placer de la antigua Roma, en las que las putas se ponían una tras otra y el patricio elegía a la que más le gustaba. ¿Era en Roma o en Grecia? No sé. El caso es que los celos empezaron a roerme poco a poco, y me costó dormirme. Mucho. Mucho más de lo que estoy dispuesta a admitir. Joder, es que era tan guapo... Seguro que se le tiraban como lobas a la yugular. Si encima supieran cómo era en la cama...
Lo dicho. Me costó más de lo que admitiré nunca.

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El domingo lo dedicamos a ir de pueblo en pueblo, porque sí, los pueblos de la Alsacia son un reclamo turístico. Y aunque al final del día estaba saturada de tanta casita mona con florecitas en las ventanas, cuando llegué al primer pueblo... Lo cierto es que era precioso. Más que eso. Era el pueblo de Bella en la Bella y la Bestia. Veía a la princesa correteando por allí en busca de libros, mientras todos los habitantes cantan a su alrededor. Esa escena me gusta mucho, y en aquel momento estaba allí, pasada del dibujo a la realidad. Y mi cabeza fue más allá y nos recordó bailando en su cuarto. Yo no llevaba ese despampanante vestido amarillo, y él no sabía el valls, pero aquel "antes de juzgar tienes que llegar hasta el corazón..." sonaba fuerte en mi cabeza y vibraba aún más fuerte en mis manos. Ellas también le echaban de menos.
Aquel día también hablé con él. Y estuve tentada de pedirle que volara hasta allí para bailar conmigo entre las casitas de juguete a escala real, pero es probable que le agobiase, así que me lo guardé en un pliegue de mis manos para un futuro... Si es que había un futuro.
Aquella noche caí rendida de tanto andar de los celos de la anterior. Pero fueron sustituidos por algo mucho peor, y mucho más familiar; las pesadillas. En aquella en concreto, yo llegaba a su casa de aquel viaje, y llamaba a su puerta. Me descolgaba el telefonillo y le decía "soy yo". Él me respondía que no tenía ni idea de quién era yo. Le pedía que abriera la puerta, y lo hacía. Corría hacia él, pero él se apartaba de mí, y me gritaba que qué estaba haciendo, que no me conocía de nada. Yo no sabía cómo reaccionar. ¿Que no me conocía...? "Soy yo, con la que fuiste infinito". Y entonces aparecía su hermana pequeña y decía que yo le sonaba de algo. Y él me miraba detenidamente, y no me reconocía. No tenía ni idea.
Me desperté llorando, y sudada, como si acabara de correr la maratón. Sólo había sido un sueño, sólo había sido un sueño.
Pero... ¿Y si se hacía realidad

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El lunes fuimos a visitar la ciudad más pija que te puedas echar a la cara, Baden-Baden. Mi hermana y yo fuimos conquistadas con la promesa de las famosas termas, una especie de balneario codiciado en el mundo entero. Por supuesto, nuestros padres nos la metieron doblada y ni se acercaron a aquel paraíso terrenal, pero el día no fue malo del todo.
Y no lo fue porque le llamé. Después de la noche anterior, necesitaba más oírle que cualquiera de mis extremidades, así que le llamé. Y fue adorable. Y cuando le dije que es que necesitaba oír su voz, me dijo que era muy mona. Y cuando le conté la pesadilla, me dijo que cómo iba a olvidar quién era. Y me dijo que me echaba un poco de menos. Y mi padre me dijo que se acabó, que llamar desde allí costaba un ojo de la cara. Y me dijo que adiós. Y por decirle que si eso era todo me perdí un "te quiero mucho". Pero me lo repitió. Y en ese momento me planteé coger un vuelo y plantarme en su casa, con el corazón en una mano y mis ganas de todo con él en la otra.
Cuando colgué, vi a unos señores jugando al ajedrez a tamaño real. Y se me encendió una bombillita en la cabeza.
 

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