jueves, 18 de septiembre de 2014

Tómame con calma.

Estaba lo suficientemente nerviosa como para calmarle; como para decirle que el pasado del tiempo no le iba a doler. ¿Quién era yo además de la única persona capaz de entender sus miradas? Además de la única capaz de quitarle el sueño de los ojos a besos, de hacerle manchar paredes, sábanas y coches viejos.
La sensación de pérdida, la dosis exacta de tristeza en el rostro; la expresión de haber ganado años perdiendo guerras, le humo envolviendo el cenicero; el sabor amargo en la roca, el dolor de cabeza y el sexo esporádico. Todas esas cosas y más se repetían por las letras inestables que dibujan y desdibujan tu nombre en techos cuando intento dormir.
Estaba lo suficiente nerviosa como para calmarte y tú lo suficiente acojonado como para quererme. Y el uno por el otro... La cosa sin barrer, la cama sin hacer; las palabras sin salir, los golpes sin doler.
Y el caso es; ¿Quién era yo? Para calmarte o para quererte. ¿Quién era yo además de tu único defecto?
Además de ese punto al que nunca le siguió un aparte, pero sí un aparta.
La que te hacía partir caras y arreglar rotos con la lengua al mismo tiempo. La que sabía que de animal sólo tenías el alma de un perro cansado, la astucia de un gato hambriento; las alas rotas de un pájaro que se cayó del árbol... El pero es el mejor amigo del hombre.
Tanta palabrería sólo para reconocer que me desconozco desde que te conozco; que tengo el pulso bajo el ombligo cuando me tocas, que mi piel roza tu piel porque me pone los pelos de punta tu mísera presencia.
Conocer de nuevo que tengo el miedo en las yemas de los dedos, la libertad perdida en algún aeropuerto; las ganas en tus manos, la almohada ardiendo junto al dolor y a mis impulsos.
Y el hambre donde siempre; devorándome el corazón.
Que es tuyo.

"El sexo de la risa, Irene X".

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