miércoles, 17 de septiembre de 2014

Capítulo 15.

El jueves me levanté pensando en que su sonrisa iluminaría aquella mañana mi cuarto, porque todo estaba teñido de triste. Y le eché de menos, aún habiéndole visto hace un par de días.
Aquella tarde iría a verte para hacer la cápsula del tiempo, aunque no tenía muchas esperanzas en cuanto al hecho de que hubiera hecho lo que fuera que tenía que hacer para meter dentro. Lo cierto es que me sentí rara, porque yo no había hecho nada, sino que había recogido pedacitos de nuestra historia esparcidos por mi habitación (había muchos).
Y tal y como había previsto, no estuvo listo, pero aún así le propuse pasarme por su casa y accedió. Cuando llegué allí, me di cuenta de que no había pensado en nada que hacer, así que simplemente nos tumbamos en su cama, a charlar. A ratos él tocaba la guitarra. Lo cierto es que no sé si alguna vez lo he dicho, pero me encantaba verle tocar. Últimamente ha estado muy desmotivado en el sentido de la música, y no era capaz de entender cómo no veía... Que él era música. Cuando le veía tocar, estaba tan claro que no me entraba en la cabeza cómo podía llegar siquiera a dudarlo. Su cuerpo, su actitud, todo se volvía parte de la guitarra, y llegaba un punto en el que ambos eran... Uno.
Me gustó aquella tarde. Sinceramente, hablamos de muchas cosas, pero hablamos... Como antes, de buenas, dejando todo a un lado, y simplemente estando allí, él y yo. Hablamos sobre la diferencia del placer entre arrascar y besar. Bueno, más bien dijimos que era diferente, pero ninguno se atrevió a dar el paso de decir por qué. Yo sabía por qué lo era para mí, pero no sabía si para él era igual. Siempre igual. Orgullosos y recelosos de dar el primer paso. Y así estábamos, a punto de mandarnos a la mierda. El día en que alguno de los dos empezase a ceder iban a cambiar tantas cosas...
Y después cometí el gran error de preguntarle si creía en nosotros. Saber siempre es poder, y si estábamos ahí era porque sabía pero en cuanto pronunció la respuesta a esa pregunta, supe que no quería saberlo. "No". No, sin más. Aquello no me mató, me mutiló. No. Dos letras que fueron como una lluvia instantánea de ácido sobre mi cuerpo. Gota a gota. Y allí en sus brazos, pasó algo que nunca esperé que me sucediera con él; que quise morirme. 
Lo dejé correr, porque no llevaba a ningún sitio seguir tirando de ahí, y seguimos hablando. Pero había algo que me raspaba por dentro, así que le besé, porque es la única manera real de que mis procesos mentales se agoten. Le besé mientras tocaba, y lo que estaba sonando cambió automáticamente por algo que no tenía ningún tipo de sentido, pero que sonaba muy suave, y me di cuenta de que estaba improvisando nuestro beso. Y fue increíble, porque es algo que nadie me había dado nunca. Y sentí que quería que improvisase cada roce, y cada mirada. Nos quería a nosotros en música. 
Y después de ese beso vino otro. Y otros cuantos. Y de repente la guitarra estaba abandonada y sus manos me tocaban a mí. Y su boca. Y su cuerpo. Y uf, qué calor. Y luego ya no era sólo calor, porque todo quemaba. Y ya no me controlaba, porque me controlaba su boca, y a saber quién la controlaba a ella. 
Y entonces llamaron sus amigos para componer. Y le dije que lo ignorase, y me respondió que no podía, que estaban abajo. Y les odié como nunca en la vida por el polvo sin el que me acababan de dejar. 
Así que sujeté la poca dignidad que me quedaba, y bajé con él las escaleras. Me despidió con un beso y una sonrisa que hicieron que me sintiera un poco más ingrávida, un poco menos atada al suelo que tiraba de mí para enterrarme viva.
Nunca supe cuál era para él la diferencia entre el placer de un beso y de arrascar, aunque me hubiera gustado. Para mí, la diferencia en que, a parte del placer físico, el beso me hacía sentir cosas. Y muchos besos a lo largo de mi vida que me habían hecho sentir cosas, pero... Una vez escuché una frase... "Le dije que para mí besarla sería como el fin del mundo", y yo siempre había esperado un beso así, hasta que me cansé de esperar y acepté que no esos besos no existen, que es cosa de cuentos de hadas. Y cuando ya había dejado de lado aquella idea, apareció él. Y besarle fue para mí como el fin del mundo. No el primer beso, puede que tampoco el segundo. Pero de pronto, lo fue. Y no ha dejado de serlo.
Y no quiero que deje de serlo.

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